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Martirio de San Lorenzo coplas 12 a 22

Versificación moderna Clemente Canales Toro (1974)

12
 
Valerio dijo: —«Padre de nuestra Cristiandad,
por el mando que tienes como por tu piedad,
comprende mi flaqueza y mi necesidad;
seremos perdedores yo mismo y mi ciudad».
 
      13
 
—«Lo entenderás, señor, pues eres renombrado,
que el uno era mi lengua y el otro mi privado.
Sin ellos me tendría por pobre y por menguado.
Prefiero devolverte, señor el obispado».
 
      14
 
El Papa respondió que un error cometía
cuando al Sumo Pontífice le desobedecía.
Quienquiera lo supiese, así lo entendería,
y en resguardo de riesgo todo lo aceptaría.
 
      15
 
Valerio dijo: —«Padre, sólo haya inteligencia,
y que nadie conozca nuestras desaveniencias.
Toma tú a quien quisieras; elígelo en conciencia.
Conviviré con él en esta contingencia».
El Pontífice dijo: —«Otorgo la sentencia».
 
      16
 
San Sixto y San Valerio quedaron convenidos,
y con sus propios diáconos de piedad adheridos.
Lorenzo con San Sixto, como desconocidos;
Vicente con Valerio, muy tristes y abatidos.
 
      17
 
Era mucho lo que ambos debían conversar.
Su larga narración os podría cansar.
Volvamos a Lorenzo, y su drama, a contar.
Hacia lo prometido pensamos regresar.
 
      18
 
San Sixto en San Lorenzo tuvo gran alegría
al ver que hallaba un bien en esa compañía,
ya que por toda Roma su mérito crecía.
Todos iban luciendo la mayor gallardía.
 
      19
 
Excepto los apóstoles de los más consagrados,
nunca hubo en el Consejo hombre más apreciado.
Decían que Dios mismo lo había designado,
y era, por esa causa, aplaudido y loado.
 
      20
 
La Santa Iglesia estaba por él iluminada;
daba a los desvalidos su paternal mirada.
No había sombra alguna en su alma guardada,
ni se oía en sus labios palabras destempladas.
 
      21
 
Ayudaba a San Sixto en el sagrado altar,
mostrándose valioso en leer y en cantar.
Era un leal ministro para justificar,
que en sus juicios sabía lo correcto expresar.
 
      22
 
Por su criterio era un leal consejero.
De lo que Dios le daba, era buen mensajero.
Tenía discreción sin ser sepulturero.
No pagaba una nuez por hombre lisonjero.

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