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Martirio de San Lorenzo coplas 92 a 105

Versificación moderna Clemente Canales Toro (1974)

92
 
Un día, Valeriano les dijo de mañana:
—«Traedme a ese Lorenzo que los enfermos sana.
Veremos qué bondades hay en su yerba vana,
pues temo que salgamos con ganancia liviana».
 
      93
 
Luego que hubo llegado, le dijo Valeriano:
—«Lorenzo, me pareces más perdido que sano.
Manda que los tesoros pasen a nuestra mano,
o lograrás perderte por torpe y por liviano».
 
      94
 
Lorenzo dijo: —«Dame tregua hasta el tercer día.
Antes quiero el consejo de mi propia abadía.
Tú verás los tesoros, pero hoy no podría».
Contestó Valeriano: —«Eso es lo que quería».
 
      95
 
Creyó en estas palabras el duque Valeriano
pensando que tendría ya el total en su mano.
Y se alabó ante Decio diciendo muy ufano
que él le daría luego hasta el último grano.
 
      96
 
Lorenzo, al fin del plazo, resolvió convocar
la multitud de pobres, de los que pudo hallar.
Se los llevó consigo y allá empezó a rezar:
—«Estos son los tesoros que Dios más quiere amar.
 
      97
 
»Estos son los tesoros que jamás envejecen.
Cuanto más se reparten, mucho más enriquecen.
Los que éstos ayudan, quieren y compadecen,
alcanzarán el Reino en que Glorias florecen».
 
      98
 
Suponiendo Valerio haber sido engañado
y que el plan no salía como había pensado,
fue ante el Emperador sumamente enojado
a decirle que el pleito se había trastornado.
 
      99
 
Buscaron a Lorenzo, sin poderlo aprehender.
Dijeron: «O se entrega, o el martirio va a ser».
En esa disyuntiva, para salvar su ser
Lorenzo prefirió por Jesús perecer.
 
      100
 
Para que su martirio más inhumano fuera,
los esbirros le hicieron un lecho de manera
que ni tenía ropa ni tenía madera.
Todo lo que tenía, sólo de fierro era.
 
      101
 
De parrillas de hierro era el lecho fatal,
separadas entre ellas, para el fuego colar.
Le ordenaron las manos y los pies amarrar,
y luego lo obligaron en ese fuego estar.
 
      102
 
Lo bañaron en fuego. Así lo oiréis contar.
Los esbirros planearon las llamas atizar
y avivaron el fuego sin hacerse esperar.
A Lorenzo le dieron más placer que pesar.
 
      103
 
Las llamas eran vivas y ardientes, sin mesura.
Ardía el santo cuero en esa calentura
y hervían las entrañas en aquella tortura.
Quien planeó tal horror no se ahorre amargura.
 
      104
 
«Pensad —dijo Lorenzo—. Volvedme al otro lado.
Buscad en la conciencia si estoy ya bien asado.
Pensad ahora en nutriros, pues os habéis dañado.
Hijos, Dios os perdone actos de tal pecado.
 
      105
 
»Me disteis buen yantar y me hicisteis buen lecho.
Os lo agradezco mucho, y lo hago en mi derecho.
No os guardaré rencor por estos que habéis hecho,
ni os tendré saña alguna, ni tampoco despecho».

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