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Herida abierta

“He recibido la vida como una herida y he prohibido al suicidio que cure la cicatriz” Conde de Lautrémont.

El carmesí baña las sonrisas extraviadas entre tu todo y mi nada. Gotas dolientes caen sobre los pétalos blancos nacarados de la inocencia inicial. Cada reto de la vida ha abierto aún más nuestra dolida herida, por la falta de libertad. Caminando sobre delgada placa de hielo, ilusiones que no quiero quebrar, tu aliento y el mío soslayaron la certeza de que casi nunca lo que queríamos sería lo que tendríamos. Si hay algo escrito es que tocaría luchar para acercar nuestros más sencillos deseos a la reticente realidad.

Las opciones, llenas de falsedades, prejuicios y engaños del espejo y de la fatalidad, son tan fáciles de concebir y tan difíciles de ajustar, que se hace peligroso equilibrar el querer y el poder en este juego del que no sabemos escapar.

Y si a mi amor propio le entretejo el amor de mujer, se condensa una combinación imposible que ¿acaso podré sostener? No vislumbro adiós sereno, más tus benévolos ojos cicatrizan mis temores, fecundas en mi toda la bondad de la que soy capaz. Tu fuerza creciente me mantiene viva, sin importar tu lejanía, sé que a mi lado estás.

Que el compromiso entre tus pasos y los míos nos lleve a ese bendito camino, rodeado de troncos certezas, cubiertos de musgo sutil, tus flores recuerdo de logros y mis ramas creciendo pasiones. Hojarasca bendita la que entretiene nuestros pies, hecha de los deseos que no pudimos conservar, en este bosque que no se puede habitar, espanto de cualquier alma inmortal.

Compañero mío, vamos con nuestras manos atadas, los ojos entregados y los corazones acompasados, que el sentido es tuyo y mío, con valentía y lágrimas sabias avancemos más y más. Tu camino es mi camino, nos reconoceremos al llegar.

Deberes taller Lautremont

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