Loading...

Muscus impossibilis

PD: los musgos no tienen flores... usan esporas.

En mi mano izquierda llevaba la varita de cedro con tonos rojizos y la bolsa de lino crudo azul con las trece piedras pequeñas de obsidiana que pulí bajo una luna nueva de julio. En los labios brillaba mi sonrisa inquieta de bruja, la que me quema las comisuras cada vez que tropiezo con la certeza de que es un buen momento para volver a la poza, a conjurar los temores que preceden a los cambios. La primera vez, a los 5 años, por el comienzo de aquel colegio con las puertas de roble. Luego, cuando me quedaba sin amiga, porque Adriana se iba con su padre a la ciudad de las noches largas. Después cuando estaba entre dos hermanos, sin decidir cuál me besaría primero, Juan el de la barba poblada o Joaquín el de los labios muy finos. Y también recuerdo haber venido cuando dudaba si divorciarme o no de mi segundo marido, Raúl. Venir a la poza a tirar las piedras volcánicas al fondo, reunirlas con la varita hasta lograr una pirámide e interpretar las ondas del agua entre risas y cálculos, es lo más relajante que puedo disfrutar mientras cavilo sobre mis dilemas y trato de enfocarme en un punto de horizonte vital fijo. Esta vez había venido por la decisión de si llevaría el vestido granate a la boda de mi amiga Raquel. Me dispuse a sacar las obsidianas de la bolsa de lino, disfrutarlas bajo la garúa suave que me vestía y entonces, me sorprendí al levantar la mirada y ver un musgo especial en la roca central que estaba en el trayecto del riachuelo. Tenía flores rosas pequeñas y hermosas. Un “muscus impossibilis” pensé. Asentí al aceptar que, al menos esta vez, mi mundo no era real.

Imagen de Dall e 3
Safe creative 2402277139304

Liked or faved by...
Other works by Grace C Chacón León...



Top