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Saber amar

“¡Océano, te odio! Tus brincos y tumultos los encuentra mi espíritu en sí; la risa amarga
del hombre derrotado, llena de sollozos y de insultos, yo la escucho en la risa tremenda de la mar”. C. Baudelaire.

Saber amar es aceptar el alejamiento, sin hundirte en el desasosiego de quien deja ir lo que le permite vivir. Cuando te amo aprendo que eres y que, aunque no estés conmigo, sigues siendo. Ese debe ser mi norte y mi sosiego. Cuando te miro y aprendo que no eres mío, el acantilado de los temores deja caer por el desfiladero todos los sinsabores, revolotean locos sin rumbo ni precaución los pensamientos más variados, los irracionales y los vestidos de verdad, los infantiles y los que pareciendo madurez solo traen amargura, los que te alejan de mí y los que me arrastran a otro lugar. Apego madre de todos los sufrires enquistado en mis adentros, en el centro más escondido y sin embargo tan evidente. Tan expuesto a los ojos de cualquiera de los presentes.

Mi honestidad revela los sentimientos oscuros que me embriagan. Y ellos se hacen conmigo y el dolor desatan. Son un brebaje denso y amargo, que apuro con ansia. La posesividad corroe las bases de los recuerdos felices y me deja por dentro cicatrices que dicen que nada ya podrá parar el derrumbe tenebroso de las rocas al mar. Y veo en el futuro tu ausencia en mi lienzo y hasta creo que eso se llama libertad. Sé que de estas cosas no se habla, que haces como si no las sintieras, que es casi que no existen y muy callada por dentro suelto la risotada y el grito mientras me lanzo a la paz del mar.

Habiendo tenido todo, saber que ya no eres para mis únicos ojos el tesoro, me hunde en las aguas inciertas de mi ignominia cubiertas de niebla de ominosa sensación de maldad. Y es allí cuando y donde tengo que luchar, librar la batalla contra mí misma y sonreír, sabiendo que te hace bien estar lejos de mí, con otros, que te alejan de mí, no recordándome, no siendo tu centro, sabiendo que flotas en tu equilibrio y que encuentras más caminos. Esperando que en algún momento mi opaca imagen pueda resurgir de la oscuridad aparente de mi cuerpo ausente y a pesar de otros destellos, esa mi luz te pueda guiar a mi alma, a mi cuerpo, a mis manos, a mi tranquilidad. Y entonces, siendo la roca de siempre, disfrutar una vez más que me escales y te instales, que desde allí divises el horizonte y encuentres tu ilusión de verdad.

Mi “te quiero” es egoísta, más porque te quiero sé que debo dejarte en libertad. Pero no me entiendo del todo cuando me digo esto, me parece otra mentira. ¡Estaría tan confiada si no mirases a nadie más! Y por instantes creo que ese paisaje se puede dibujar. Aunque luego se deslice el manto granate que cubre la mentira informe de que te puedo aislar.

¿Cuántas veces habré vivido esto? Ésta asignatura aún no la logro aprobar...

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