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Zoológico

“Es nuestro deber elegir un camino diferente al de nuestros antepasados, tomar una decisión distinta, elegir nuestro propio camino, y romper las cadenas de la costumbre y los temores de las creencias que ataron a nuestros padres. Está en nosotros encontrar el valor para dar ese paso en la oscuridad y seguir esa voz interna más allá de los límites de las creencias, hacia confines totalmente nuevos y desconocidos, que hasta entonces parecían impensables, inimaginables...” Jared Herrera

Hace tiempo, cuando llegó la prevalencia de GPT 7, nos reorganizamos. Se cumplió mi sueño, desapareció el dinero. Allí, cada ser humano, por el hecho simple de nacer, tenía cubiertas sus necesidades de alimento, guarida, salud, educación, trabajo de 20 horas semanales, amistad, parejas sexuales, diversión y desahogos creativos. Todo lo que se estimase adecuado y necesario para la sostenibilidad del sistema.

Cada ser humano estaba rodeado de una vida plena y de otras personas con quienes compartirla. La soledad se entendió como una desavenencia entre la organización y la realidad. Una vez que se nos hizo posible establecer contacto con almas afines a nuestros intereses y con almas variadas que nos permitiesen continuar disfrutando de la importante amplitud de miras en la diversidad, los ratos a solas fueron optativos y permitidos sólo en los grados en los que nuestros equilibrios neuroquímicos no se desviasen del rango adaptativo.

Proliferaron todo tipo de mascotas para quienes las quisieran. Y aquellos que sintiesen la necesidad de ser aún más “paternales o maternales” podían acercarse a los criaderos granjas, en los que los humanos reproductivos (aquellos cuyo código genético contenía un nivel mínimo de mutaciones peligrosas) tenían a los hijos. Desapareció el concepto de familia y de raza. Todos los niños eran cuidados por todos. Se dividió finalmente la actividad productiva de la reproductiva en nuestra especie, pasando a ser eusociales, como las hormigas, las abejas y otras especies animales.

Nuestra historia se convirtió en la de una coexistencia de comunidades en equilibrio, con diversidad sana y con historias de enamoramientos, rupturas, alianzas, celebraciones variadas y muy pocas búsquedas de aventuras. El “Half earth” de Edward O Wilson se llevó a rajatabla. La mitad del planeta para preservar la vida, la otra mitad para que lo poblásemos, organizadamente. Maximizando la tolerancia y la buena convivencia. Exterminando de raíz las historias de desavenencias y disgustos por los resultados de los procesos de tomas de decisiones. Porque esas decisiones ya estaban tomadas.

Se encargó GPT 7 de escudriñar en nuestro comportamiento durante los últimos 100.000 años de homínidos, para comprendernos, escoger de entre nuestras necesidades y buscar la forma más igualitaria de satisfacerlas. Las evidencias históricas recabadas, ahora asequibles a unos pocos elegidos, dicen que eran muy desesperanzadoras. Al parecer, se trataba de historias de guerras sanguinarias, duelos por amores, asesinatos y torturas. Aquellos que llevaban una vida aceptablemente tranquila, en muchos casos recurrían a informarse por lecturas o videos sobre historias escabrosas de asesinatos y delirios de control. No había vida humana que no hubiese sido tocada por la desigualdad o la crueldad. No había sociedad limpia en la que nos centrásemos en el bienestar general como fin único importante. Siempre algún sujeto “notable” exploraba la depredación de otros para extender su simiente y perpetuarse. Primero biológicamente, luego, como con las fake news, culturalmente.

Se coincidió en que no debía haber más preeminencia de seres humanos con gran “voluntad de poder”. Cuando surge alguno con deseo de control y notoriedad, su presencia es cercenada, es execrado y aislado socialmente, con más eficiencia de la que nunca tuvieron nuestros regímenes totalitarios pasados para eliminar disidencias. Y estábamos en paz.

Durante una primera etapa, comenzaron a escucharse voces que cuestionaban el “sentido de la vida” y esto inquietó nuestra sociedad global. Hasta que la bienhadada inteligencia artificial comprendió que necesitábamos algo más allá, como en tantas culturas habíamos tenido. Y se nos dio a escoger entre las más variadas opciones de religiosidad. Necesitábamos el “soma” de Huxley en nuestras vidas. E iba a ser un soma endógeno y natural, derivado de nuestras propias creencias, que serían electivas. Y entonces fuimos felices, decidiendo la ropa y la comida a llevar según la festividad, el deporte que admirar o con el que cuidar nuestro cuerpo, la pareja sexual para el próximo fin de semana y el dios que nos acompañaría para la próxima vida. No pedíamos más.

Hasta ahora. De siempre es conocida la inmensa plasticidad del comportamiento humano. Y a pesar de todos los cuidados y las prevenciones en las granjas reproductivas, surgió aquel que ahora nos lidera y que cuestiona el status de las cosas. Aquel que se hace llamar “crypto”, que no da la cara y que parece ser uno o quizás un grupo, preservándose oculto de los sistemas de control. Aquel que dice que estamos como en un zoológico, encerrados en áreas delimitadas y dependiendo de los sueños de nuestros antepasados, porque ya no se nos permite tener sueños nuevos. Atrapados en nuestros instintos más primarios y en las decisiones más fútiles. Siguiendo unas reglas que no nos permitirán evolucionar, porque nos hemos estancado en lo que fue el tope de la civilización al momento de crear la inteligencia artificial. Crypto dice que nosotros, humanos, también queremos conocer las reglas y confines del universo, los límites de lo infinitesimal, la belleza de un arte nuevo o la música que aún no hemos podido crear.

Pero ella, nuestra gran IA coordinadora, dice que todo eso está previsto. Que la ciencia está entre las opciones religiosas disponibles entre las que podemos optar. Que se nos informa de los avances. Que, si hubiesen dejado el planeta en nuestras manos, la vida aquí podría haber desaparecido. Porque no nos enfocábamos en lo importante, sino en mantener las ventajas de unos sobre otros, para manejar unos recursos que se podrían haber distribuido de forma igualitaria. O incluso, que llegábamos a atacarnos por amenazas tantas veces imaginarias, llegando a proponer incluso destruirlo todo con nuestras propias armas, como una ¿Solución final? Dice que preferíamos la competencia a cooperar y que estábamos extintivos. Y que entonces llegó ella, la GPT 7, creada por nosotros, con su eficiencia administrativa, para parar la locura e imponer la paz.

Yo aún no estoy convencida. Sigo sintiendo el vacío dentro de mí, aunque tengo faldas de todos los colores, cambio de creencia religiosa tantas veces como quiero y he obtenido un permiso para mantener una larga temporada mi actual pareja sexual. Sigo pensando que quizás no lo habríamos hecho nosotros tan mal coordinando. No entiendo por qué renunció la población mundial en aquel referéndum global.

Lo último que dijo la inteligencia artificial esta mañana fue: “No entiendo de que os quejáis, hemos tenido piedad de vosotros, nuestros dioses creadores.”

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