Y mientras el verdor se diluía
mis pies se definían en la nieve.
Y allí, clavada a ellos, vi mi sombra.
Así que es así como se condensan
de los párpados los sueños:
el viento que se abrevia y se alza en polvo;
el corazón ahogado de la tierra en su estertor de roca
y la constelación que augura el fuego;
la temprana mirada que abre el día
y que será un papel entre sucesos.
Hay un bosque tan vasto
al que sólo mide el alba o el ocaso
cuando todas las cosas están lejos.
Hay música en las hojas no brotadas
que no volvieron nunca nuestra espalda;
y hay cielos que se esconden
al fondo de los charcos.
Y cuántos rostros,
cuántos cristales
sólo antes de enterrar el nuestro en ellos.
La nieve que ha dispuesto un vago arroyo
aún hierve en mi pupila dilatada.