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CRISIS

SERVENTESIOS   TRISTES
 
ISABEL
 
Abandonada, sola y en el paro,
que es maldición de madre soltera,
fija el pobre acuerdo con un avaro
para limpiar una triste escalera.
 
–Está todo muy malo. No hay trabajo–.
Dice después– ¿Lo tomas o lo dejas?
Y ella, tan débil, sabiéndose abajo,
cede a la infamia y olvida las quejas.
 
Y los meses son cada vez más largos
porque el dinero con sudor ganado
jamás llega para abonar los cargos
y el tiempo la hiere, lento y pausado.
 
Sus dos hijas son su única fortuna
y hoy vienen a echarla de su casa
si no llega la ayuda oportuna,
algo que a la injusticia ponga tasa.
 
¿A dónde irán?, llorando se pregunta,
¿qué fue del dinero antes pagado?
Y, rota, por un momento barrunta:
¿Qué fue de aquel banquero, tan honrado?
 
Todo el pueblo padece el quebranto
de dirigentes mezquinos, groseros,
torpes, lerdos, sembradores de llanto,
canallas, pájaros de mal agüero.
 
“La crisis es de todo la culpable”.
Proclaman estos tipos imprudentes,
con el gesto falso, ruin y amable:
visajes para engañar a las gentes.
            MANUEL
 
Noche trocada en gélido cristal,
noche pausada, sin horas, eterna.
Noche silenciosa,  noche fatal
noche oscura con ojos de caverna.
 
–Duérmete. Mañana será otro día
 
Pero el sueño huye por la ventana
portando las palabras de la esposa
fiándolo todo a un nuevo mañana,
a una ilusión, como siempre, engañosa.
 
–Duérmete. Mañana será otro día.
 
Manuel, cincuenta y seis años de pena,
hipa a veces y solloza callado
porque sabe que no hay peor condena
que la triste carga de estar parado.
 
–Duérmete. Mañana será otro día.
 
Son muchos años, demasiados años,
los trabajos, pocos y mal pagados,
plagados de tratos cautos y extraños
con patronos ruines y taimados.
 
–Duérmete. Mañana será otro día.
 
¿Quién dará trabajo a un viejo vencido?
¿Quién tendrá en cuenta su larga experiencia?
¿Quién catará todo lo que ha sufrido?
¿Quién tasará su trabajo y paciencia?
 
–Duérmete. Mañana será otro día
 
 
Como él, nunca hubo nadie en el tajo:
esforzado, alegre y animoso,
siempre pronto para el duro trabajo,
jamás para nada se mostró ocioso.
 
–Duérmete. Mañana será otro día
 
Es su deber mantener cinco bocas,
y en los dados que la Fortuna carga
las ocasiones propicias son pocas,
menguadas, tristes: ocasión amarga.
 
–Duérmete. Mañana será otro día
 
La esposa, triste, se finge dormida,
ha parado su triste letanía
y en silencio triste, también vencida,
llorando triste aguarda el nuevo día.
 
–Duérmete. Mañana será otro día
 
El sol viste los montes de mañana
y Manuel, lento, torpe y perezoso,
escucha de la iglesia la campana
pensando que Dios también está ocioso.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
     MARIBEL
 
Se quedó huérfana con cuatro años,
con siete la vistieron de instrumento,
la colmó la vida de desengaños
y cobróle caro el pobre sustento.
 
Una flor parió su vientre bendito
y la flor con tres años fue segada.
Su dolor, su llanto, su triste grito
dieron fe de una vida malhadada.
 
La vida la visitó varias veces
y otras tantas se quebró su esperanza.
Su estrella se mostró esquiva con creces
y su pena no supo de mudanza.
 
Nunca un mal gesto se ha visto en su cara,
ni una queja ha escapado de su boca
ni jamás ha señalado alguna tara
de la existencia que vivir le toca
 
Casi sesenta años ha trabajado
y, fiando en el retiro su contento,
una mísera pensión le ha quedado
que apenas llega para su sustento.
 
Y lo peor, lo que ya tiene cojones!
es que unos ahorros,   pobres y austeros,
ahorros de sangre, ahorros de obreros,
pasto han sido de banqueros ladrones
 
Si existe Dios, que se asome a la Tierra
que cate la vida de esta mujer,
vida que no es vida, tan solo guerra,
luego, eríjase de los hombres juez.
 
 
 
 TERE Y PABLO
 
Empujando, del súper, un carrito
cargado de hierros, latas y alambre,
él la pellizca y ella finge un grito
que nunca llegará a espantar el hambre.
 
Saben que son dos pobres derrotados
sin más ilusión, sin más esperanza,
que saberse por el amor atados
y confiar en un tiempo de bonanza.
 
Viven alejados de todo el mundo,
hurgando en la triste y pobre basura
y esperan, pacientes,  algo fecundo,
que ilumine esta noche tan oscura.
 
Nadie de él diría que tiene ciencia
que fue un hombre afamado no sé dónde
y ella niña fue de rica nacencia
que, dolorida, su origen esconde.
 
Son dos fracasados, dos indigentes,
dos personas vencidas por la vida:
aquellos a los que evita la gente
sin considerar su triste caída.
 
Para no verlos, hurtamos la vista,
distraídos miramos a otro lado,
defensa sucia, torpe y egoísta
de hombre cobarde, ruin y menguado.
 
Pero ellos dos siempre estarán presentes
y con ellos, su triste condición.
Serán severos, fiscales silentes.
Vergüenza serán de nuestra nación.
 
 
 
      “CACHONDO”
 
La gente sólo repara en el vino
con el que, a ratos, saluda a la vida.
A nadie interesa su triste sino:
no es más que otro que perdió la partida.
 
Pasea por la puerta del “Mercadona”
y saluda a los clientes con gracia,
exhibiendo una sonrisa burlona
recogida en su barba negra y lacia.
 
No pide ni mendiga con la mano.
Sonríe a la moneda recibida,
y saluda muy cortés al fulano
que lo ignora con actitud fingida.
 
Su sonrisa es un grito de fracaso,
una mueca triste mal simulada
un llanto mudo, senda del ocaso
de otra pobre existencia trastornada.
 
A ratos, lo amonesta el “segurata”:
–¡Vamos! No molestes a los clientes.–
y nuestro amigo las risas desata,
fingiéndose asustado entre las gentes.
 
Algunos el carrito le confiamos
y él, alegre, lo lleva a su lugar,
tomando la moneda que apostamos
cuando el carro hubimos de liberar.
 
Le pregunto por el cartel vecino
y rotundo me niega su autoría
–“… porque a pesar del puñetero vino,
poseo nociones de ortografía”.
 
Lo miro a los ojos con mucho afecto
y le prodigo un billete de cinco;
por unos segundos, muda su aspecto,
repara en su seriedad y da un brinco
 
–¿Que cómo me llamo? No importa,
–mirándome con recelo, me espeta.
Me bromea, se ríe y no se corta,
y yo apunto “Cachondo” en mi libreta.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
        PUTA
 
Tuvo nombre antes de esta vida hedionda,
ahora es carne para todos los hombres
que buscan el placer en su rotonda,
para el  caso, ¿son necesarios nombres?
 
Por eso, sin más la llamamos “puta”
aunque solamente tenga veinte años.
Niña que, sin querer, su vida enluta
de fracasos, penas y desengaños.
 
El frío, la soledad y la noche
terribles son, terribles compañeros,
en la esperanza paciente de un coche
que aporte a su vida algo de dinero.
 
Y el triste darse sin tasa a un extraño,
a alguien que no conoce ni le importa
multiplica en su corazón el daño,
el desprecio y el pesar que soporta.
 
Hay quienes la señalan con el dedo.
Hay quienes se burlan de su rubor.
Hay quienes tratan de infundirle miedo.
Hay quienes desconocen su dolor.
 
La casa y la familia están tan lejos
y el afecto y la ternura son nulos
que recibidas son como festejos
las caricias torpes de tristes chulos.
 
Nadie tomará fatigas por ellas,
aves de paso, silentes, discretas,
gente que no es nada, gente sin huellas,
no son hermanas, ni hijas ni nietas.
 
Censurar a estas pobres  es frecuente
y se les insulta de muchos modos:
“Les gusta”, “Son vagas”, “Son delincuentes”…
pero los delincuentes somos todos.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
UNA PAREJA CON UN BEBÉ
 
Entró pausado en la gasolinera,
y saludó galante y educado.
Ella quedóse con su niño fuera
a sotavento de aquel marzo helado.
 
–¿Puedo dejar un currículo?– dijo
Y yo, que ya salía, calmé el paso;
observé a la mujer en su cobijo
y advertí el aguijón de otro malcaso. ¿FRACASO?
 
El joven, sereno, abrió su cartera
y largó un folio impreso al dependiente,
que lo asió  de pesarosa manera,
apenado, dolorido y silente.
 
Marchó el muchacho y su corta familia
y se alejaron pisando ilusiones.
Otros a los que la fortuna exilia,
víctimas de dirigentes felones.
 
Por la suerte de aquel pobre demando,
buscando algo que mi dolor acalle
–“Este mes iremos tres a la calle”
Y me marcho por la calle llorando.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
UN VIEJO
 
Pedro ha salido de la Residencia,
sus hijos lo han vuelto a llevar a casa,
pero él, que está privado de conciencia,
no acierta a saber qué es lo que pasa.
 
Ahora, en una habitación pequeña,
la familia llevará su cuidado
Él sólo duerme, quizás también sueña,
por el Alzheimer feroz secuestrado.
 
Lo asisten con entrega, con cariño,
pacientes, le dan de comer a mano,
y es tratado como si fuera un niño
sin considerar que ya es un anciano.
 
El único nieto mira al abuelo,
habla con él sin entender sus daños
y, en el silencio, no encuentra consuelo
porque tan sólo ha cumplido tres años.
 
Las cosas funcionan como funcionan.
Hay tirantez y tristeza en la casa.
Los hermanos discuten y razonan
por cualquier incidente que allí pasa.
 
Dos matrimonios, un viejo y un niño
no hacen un hogar, que hacen un infierno
algo triste que, a pesar del cariño,
convierte la primavera en invierno.
 
El hermano mayor perdió su hogar
cuando no pudo pagar su hipoteca
regresando a la casa familiar
con mujer, niño y una triste mueca.
 
El menor, sólo tres meses casado,
siempre en aquella casa había vivido
y al viejo, al principio, había cuidado,
ahora recibe a su hermano vencido.
 
Ambos hermanos habían acordado
completar del triste viejo la pensión
para que éste mejor fuera cuidado
en una bienhechora institución.
 
Pero llegó la crisis y el descaro
y pensaron en el viejo y su renta:
Los dos matrimonios están en paro
y la pensión del viejo los sustenta.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
CRISIS
 
Los que amasan prebendas y fortuna,
los que simulan estar preocupados
sin considerar su actitud lobuna,
son los culpables de nuestros cuidados.
 
Políticos torpes, lerdos, menguados,
de ingenio fecundo, sólo en tribuna,
que mienten  con descaro y avispados:
buenas palabras, vergüenza ninguna.
 
Banqueros hediondos, sucios trileros,
que acumulan  deshonor y riqueza,
dueños son de penurias y dineros,
sembradores del hambre y la tristeza.
 
De la mano van, faltos de nobleza,
y hablan de crisis, falsos  y fulleros,
y los pobres, roto en su pobreza,
lloran y sufren cual mansos corderos.
 
Levanta, pueblo. Yérguete orgulloso.
No aceptes tu penuria como un sino.
Lucha por lo tuyo bravo y furioso
y enseña a tus retoños el camino.
 
 
 
 
 
      ESPERANZA
 
Aparece a lo lejos un lucero,
heraldo que un orden nuevo auspicia,
viento que quiebra la ley del dinero,
adalid de una era de justicia.
 
Despierta de una vez, pueblo cansado,
mira al pobre, al débil, al vencido,
al hombre largamente humillado
que el dinero perverso ha sometido.
 
Que llegó el momento de ajustar cuentas,
y crear un mundo nuevo de sueños
donde los hombres no sean herramientas,
juguetes en las manos de sus dueños.
 
Despierta y grita, pueblo laborioso.
Mira al fullero, al ruin, al ladino,
al ladrón, al artero y al tramposo
que pintan para ti un triste destino.
 
Que hay que sembrar azules primaveras
y multiplicar justas ilusiones,
con hechos y con palabras sinceras,
con justicia y con humanas razones.

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