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La caza y la sorpresa

Salí a coger un zorzal
cierta mañanita a pie:
pero ¡qué cosa encontré
dentro de un cañaveral!
 
Allí donde está aquel buey
de negro y rojo manchado,
con tanta pereza echado
a la sombra de un jagüey,
sobre el cual tiende sin ley
su cabello vegetal
un bejuco desigual,
hay un trillito... y por él
un día, sin ser cruel,
salí a coger un zorzal.
 
Este, por costumbre antigua,
en todas las estaciones,
tras de saquear mis limones
se escondía en la manigua.
Y como más que una nigua
me duele, y me ofende, a fe,
que apenas en flor esté
pique el zorzal el limón,
salí a cazar al ladrón
cierta mañanita a pie.
 
Puse liga, de camino,
a una vareta ligera:
el ave emprendió carrera
a un cañaveral vecino.
Yo, que no tengo mal tino,
de la liga me cansé,
con un guijarro me armé
y corro al cañaveral:
busco y no encuentro el zorzal,
pero ¡qué cosa encontré!
 
Vi una hermosura campestre,
fresca como la mañana,
cuya cara soberana
no era de mujer terrestre.
Dejé mi casa pedestre,
volé a aquel ángel mortal;
pero huyó entre el manigual
como corre y se extravía
y se escabulle una jutía
dentro de un cañaveral.
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