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“A una mujer”

A través de los mares hasta mí llega.
Tu mirada, tu rostro, tu sonrisa...
tu nariz, que dices arrugada.
Tu porte, tu elegancia, tu belleza...
 
Solamente tu voz y tu perfume,
son a mis sentidos aún extraños.
Tanta imaginación Dios no me ha dado,
y solo soy un hombre enamorado,
que llegó tarde al encuentro que apuntado,
el destino guardaba empecinado,
entre los pliegues de su vieja capa.
 
Amor se fijó en mí –no había otro–.
Enfermo y cansado de la vida.
Me dijo: ella es tu amor, ella es
tu vida, ella es aquella que esperabas.
 
Pasó el tiempo como en sueños,
y un día me dije: Tienes que hablar,
has de decirle, todo lo que tu corazón
guarda escondido en esos bosques
por donde siempre vagas.
 
No dejes que ese bello sentimiento
calle en tu corazón ni en tu garganta.
Ni sí, ni no dijiste, y yo escribía,
todo lo que a amor se le ocurría...
todo lo que mi corazón en si guardaba...
 
Yo te conté jirones de mi vida.
Trozos de mi piel cortados a navaja,
cicatrices del alma..., mientras que atenta,
quizá feliz, leías mis palabras una a una
mientras el tiempo detenía su marcha.
 
Te declaré mi amor con toda calma.
—Será la edad—, me dije.
Y desde entonces, voy vagando
y me impaciento, pensando que hoy;
al llegar un momento, he de volver
a contemplar la imagen que a mí llega.
 
Tu mirada, tu rostro, tu sonrisa...
tu nariz, que dices arrugada.
Tu porte, tu elegancia, tu belleza...

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