Caricamento in corso...

El Existencialismo es un Humanismo, y sus vertientes.

«Tal vez las aves, en su vuelo íntimo,
Sientan en toda su amplitud el aire».
Rilke.

«El hombre está condenado a ser libre», no encuentro aforismo más conciso y esencial para la definición y concordación de todas las piezas del ser individual.

Concretado, primeramente, a modo de conferencia, el conocido Popularmente como Manifiesto Existencialista, es la obra capital para el entendimiento de la doctrina existencial atea. El hombre, sucedido por guerras cruentas e irremediables, ha buscado en los demás, crasamente, las piezas restantes de sus ser, ahondando en el colectivismo, como una forma de salvarse de su condición, la cual Sartre dictamina. El error del humano, que por lo menos yo he percibido (de manera imberbe, quizá), se encuentra en su falsa colectivización como medio de escape, de la soledad o de la propia muerte. En éste manifiesto, llevado en su base de una forma soberbia, y que percibo en su cierre, una discrepancia, ha de dar un golpe fulminante hacia el desentendimiento del ser individual; lo noté, y hay que proseguir, primeramente, desde el inicio.
El acto es el antecedente más rígido de un sentimiento germinante, dicho acto, puede o no, ser juzgado moralmente, si es que éste es pernicioso para la colectividad social, de la cual formamos parte; dicha colectividad, que a su vez, ella misma, ha formado la moral, la ética, por ende, la bondad común que procrea en justicia, reglas y leyes, en una actitud del hombre para formarse ante su desamparo, de cara a la inexistencia de un Dios, que dote al hombre, precisamente de esto estamentos, a priori. De aquí surge la premisa principal, y se da la base primordial para el ser libre: «La existencia precede a la esencia»; no hay un Dios (para Sartre) que nos defina, por lo cual, el hombre es, y sólo él, responsable de lo que es. Su libertad de llevar a cabo actos que le definan, revelan su propia esencia, y es obligación, únicamente suya el brindarse su forma, y encararlo frente a los establecimiento de otros seres, humanos y amorfos; id est, sentenciarse a sí mismo como él se previsualiza.
«Toda verdad y toda acción implican un medio y una subjetividad humana», ante tal responsabilidad, el hombre se inmiscuye en actos de negación y determinismo; en su quietud, espera que ocurra algo, quiere formarse con los actos ajenos de los que sí asumieron su condena indulgente. El Angustiado – donde Sartre acertó en concederles dicha etiqueta – no toma control de su consciencia, la niega, la rehúye, por ende, se anexa a un colectivismo al que le aporta nada. Esto es la génesis de la propia angustia, ergo, el miedo ante la responsabilidad que tiene el hombre, para con él, y con el mundo; al negar su sustantividad libertaria, niega el mundo real, y niega su propia misión, que por si no fuera más afable, él determina. Está arraigado a dicha condena, a la cual soslaya: El hombre es Angustia porque se veda al negacionismo, y no logro comprender qué ser, con la capacidad de conciencia ante la muerte (siendo nosotros los únicos, paradójicamente) negaría su propia voluntad de elegirse. Acaso la inexistencia de una fuerza más grande que la de sí mismo, como Sartre afirma, lo encadena a una condición de desamparo; el hombre necesita de un Dios omnipotente, para ser, porque no puede creer en sí mismo, cree acaso, creer en los demás; que errata más grande. Estamos solos, y es responsabilidad afirmarnos de cara al mundo, el hombre debe encontrarse, nadie más dictaminará que hacer de nosotros, más que nosotros mismos; lo que seremos por fuerza tiene un impacto objetivo y general, y si no fui lo más redundante, hay que adjudicárnoslo.
Encuentro correcto la asimilación que tenemos como ser único en la tierra, y con una libertad diferente a otros seres: la libertad abstracta, que sustenta a la libertad concreta y física. Cuando el hombre asume esta libertad, prescinde de un colectivismo en el cual resguardarse, salvaguardarse, y salvarse, porque él tiene la capacidad de hacerlo por sí mismo; tiene el derecho, además, de cuestionar si él es al que llaman por tal o cual nombre, si quien lo rodea es realmente alguien, y si ese alguien es para él prioritario, como para formar valores y leyes individuales, sentimientos, en los cuales definirse; esa es la libre elección del hombre.

Nietzsche, la vertiente.*
Nombrar aquí al asesino metafísico de Dios, no es de gracia, al ser uno de los padres del existencialismo moderno, tiene pues, responsabilidades para con la doctrina los cuales debe asumir. El papel de Nietzsche aquí, es de Dios mismo, retóricamente hablando; la creación de, probablemente, los dos conceptos más importantes en la obra del filósofo alemán, son las que precedieron (personalmente lo noté de forma concisa) la acepción del Existencialismo: La muerte de Dios, y el Übermensch. Abordémoslo de forma perenne; El Existencialismo que ahora toco, es el ateo: Sartre, Heidegger, Camus (en cierta manera), dicha doctrina difiere del Existencialismo clásico abordado por Kierkegaard y literatos como Dostoievski. La fórmula es simple, no hay intermitencias de Dios, el hombre Existencialista se deslinda de él; es partidario individual de su ser. Aquí es donde se aborda el primer concepto de Nietzsche, La Muerte de Dios; bastas son las interpretaciones de éste aforismo, la que yo refiero es la del existencialista: No hay ser divino para el hombre, por ende, tiene que definirse el mismo como magistrado de su vida, no hay quién le diga que hacer de su vida, ni quién defina preceptos sociales a priori; nada más que el hombre, como ser sensible, con control propio sobre estos sentimientos, maneja su vida y destino, no hay nada inscrito. Y es, desde luego, aquí, donde se toca el tema del Übermensch. En palabras del filósofo, y citando la que es su obra capital, el Übermensch se define así:

«¡Mirad, yo os enseño el superhombre!
El superhombre es el sentido de la tierra. Diga vuestra voluntad: ¡sea el superhombre el sentido de la tierra! ¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no.
Son despreciadores de la vida, son moribundos y están, ellos también, envenenados, la tierra está cansada de ellos: ¡ojalá desaparezcan!»
Así habló Zaratustra, Friedrich Nietzsche.

Debe el hombre, por lo tanto, entregarse a su ser y nada más que a la definición de éste, sin caer en el desamparo que incita a los angustiados a buscar reguardo con más angustiados, que sólo incita al quietismo y a la superstición de acciones en cadena, creencias astrológicas (no todas) impúdicas, y nada más. Acaso es mejor citar al Ecce Homo:
“El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre –una cuerda tendida sobre un abismo. Un peligroso caminar, un peligroso mirar hacia atrás, un peligroso estremecerse y detener el paso”.
No hay tesis más clara, y me parece ideal y concreto, asumir los conceptos de Nietzsche, aunque de un modo pretencioso, o mejor, profético, para con los dogmas primordiales del existencialismo; son preceptos análogos, es la concepción de ésta doctrina, sin esquema, ni redobles, ni pliegues: El hombre es libre.

La intersubjetividad, la planicie.*
Ahora mal, mi gran discrepancia, que referí adarmemente, es esa intercalada, inmiscuida necesidad de caer en un colectivismo/objetivismo obligatorio; dicho de otro modo, la necesidad de depender de la intersubjetividad. Asumir que además de nosotros definirnos, que esa es nuestra gran libertad, Sartre lanza por la borda una concepción, para mí, confusa, y que retrocede el camino guiado: los demás hombre, según los juicios morales hacia nosotros, terminan por definirnos en éste mundo. Dicho a mi entendimiento, el hombre, no es del todo libre, porque para definir por ejemplo, que un sujeto es celoso, alguien más, un sujeto externo a su propio ser, tiene que ejercer un juicio moral, para definirlo como alguien celoso. Aquí no es hay libertad, sino una dependencia – la cual no depende de un ser divino – pero sí de una persona igual de libre que nosotros. Y ese mismo hecho – de formarnos con base a la opinión externa – nos empuja a socializar de forma obligada, sino, no estaríamos completamente definidos. Que error más grande asumir que debemos estar lindados a otros; eso no es libertad, la voluntad del hombre libre para socializar se da cuando en nuestra introspección por alcanzarnos, por definirnos, definimos además, nuestros sentimientos PROPIOS  por personas de las cuales sentimos afecto, dicho afecto que también formamos nosotros, por los actos que otras personas ejercen, y los cuales, aquellos actos sí tiene un impacto general; el hombre libre es sensible, porque define su sensibilidad, y define sus sentimientos para con los otros. No estamos obligados a la convivencia, ya que en la soledad, aquel que es hombre libre, alcanza su plenitud. La intersubjetividad, es, simplemente un concepto del hombre angustiado.
Acaso intrínseco, causó en mí un desvarío,  y una inintenligencia para la cognoscibilidad propia de ésta doctrina, que muy seguro, no acabé por entender. Es la obra de Sartre, él en ella, se definió, pero – percibo -, hay estragos de esa intersubjetividad en su obra, para diafanizar, acaso para eludir de ésta, los detractores de ataque por ser considerada una doctrina del individualismo. Yo así la veo, sólo presento mi juicio moral hacia los espolones dañinos del existencialismo. Me niego a conciliar que parte de lo que soy lo forme yo, y la otra parte, persona externas a mi propia libertad: acaso soy alguien testarudo y redundante, y realmente esto deba ser así, no lo percibo, la subjetividad y libertad abstracta, guían a una objetividad concreta y libre. Bramo que el hombre es totalmente responsable de su libertad, incluso si soy un desentendido, incluso si es acaso – la libertad total del hombre – una utopía.

Ensayo prosaico y efebo sobre mi concepción de la conferencia Transcrita del existencialismo hecha por Jean - Paul Sartre en 1946.

Altre opere di Gonzalo Oto Sanders ...



Top