Señor, a cuyos días son los siglos instantes fugitivos, Ser Eterno, torna a mí tu clemencia, pues huye vana sombra mi existenci… Tú que hinches con tu espíritu ine…

Pensativo y lloroso, contemplando cuán tibia Dorila mi amor oye por hermosa y por niña, al margen de una fuente

Cual un claro arroyuelo que con plácido giro por la vega entre flores se desliza tranquilo, tal de mi fácil vida

Ya de mis verdes años como un alegre sueño volaron diez y nueve sin saber dónde fueron. Yo los llamo afligido,

Pues vienen Navidades, cuidados abandona y toma por un rato la cítara sonora. Cantaremos, Jovino,

Rectórico molesto, deja de persuadirme que ocupe bien el tiempo y a mi Dorila olvide. Ni tú tampoco quieras

Tus lindos ojuelos me matan de amor. Ora vagos giren, o párense atentos, o miren exentos,

Nada por siempre dura. Sucede al bien el mal, al albo día sigue la noche obscura, y el llanto y la alegría en un vaso nos da la suerte impía.

Dícenme las zagalas «¿Cómo, siendo tan niño tanto, Batilo, cantas de amores y de vino?» Yo voy a responderles,

Siendo yo niño tierno, con la niña Dorila me andaba por la selva cogiendo florecillas, de que alegres guirnaldas,

Tímido corzo, de cruel acero el regalado pecho traspasado, ya el seno de la hierba emponzoñad… por demás huye del veloz montero; en vano busca el agua y el ligero

Retórico molesto, deja de persuadirme que ocupe bien el tiempo y a mi Dorila olvide. Ni tú tampoco quieras

¡Oh, cuál con estas hojas que en sosegado vuelo de los árboles giran, circulando en el viento, mil imágenes tristes

¡Qué ardor hierve en mis venas! ¡Qué embriaguez! ¡Qué delicia! ¡Y en qué fragante aroma se inunda el alma mía! Éste es de Amor un templo:

Al partir y dejarla, medrosa de mi olvido, me dio para memoria Dorila un Cupidillo, diciéndome: «En mi seno