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Colombia, tan mágica como su realidad.

Yo vengo de un país tan único
que es gigante y, a la vez, diminuto.
Lleno está él de contradicciones,
de prodigios y aberraciones.
 
Es un país de hermanos continentales,
patria mutilada arriba y abajo por la historia.
Ápice convergente de los colores,
muñón geográfico sin memoria.
 
Mi país queda en una esquina del mundo,
en medio de uno de sus dobleces.
De lejos parece un vertedero
en donde las perlas florecen
 
y así su dantesca realidad
se oculta tras su brillo.
Pero no es más que un artificio,
disfraz y escondite de la banalidad.
 
Mi país es un acto de magia
conjurado por brujos detestables
y hechiceras innombrables
amparados en linajescas gracias.
 
Aquí han desaparecido a tantos...
y han renacido en peces.
Salen nadando, a veces,
y el llanto se nos hace canto.
 
Aquí han partido en dos a varios
para convertirlos en jarrones.
O, a veces, en cambio,
sólo descansan entre cajones,
o bajo escombros
o entre basura
o en lotes morbosos
o en la virgen llanura.
 
Aquí las cosas levitan
o se sostienen sin explicación
y se caen con una simple llovizna
o sobrevuelan la inundación.
¡Y qué favor le hace, pues,
a los brujos, un alud!
Esconden ahí sus misterios,
y cotizan, a dedo, su virtud.
 
Aquí la gente come de todo:
cuchillos, candela y plomo.
¿El querer? Eso no importa,
solo procúrese la vista gorda.
 
Acá inventamos superhéroes
sin importar su calaña o moral.
Y hay un infinito santoral
tan verosímil como un madrazo.
Van por la patria cual sablazos,
rechonchos de vítores y pésames.
 
Acá las personas vuelan artesanalmente
aunque les cueste las piernas o la vida.
Se posan los ojos al cielo y a ellos se les ve
huyendo, por fin, de un conflicto sin salida.
 
Acá el verano no seca las flores
y la primavera no se acaba,
ni porque sea de sangre,
ni porque la sostengan las balas.
 
En mi país la tierra sufre su fruto.
Muere por fuera y muere por dentro
al cargar las gemas que, con esfuerzo,
van desesperados a buscar los brutos.
 
En mi país la libertad tiene cláusula de caducidad.
Tiene dueños, capataces, afiles, jornaleros y peones.
Y la barbarie está toda suelta, tan incondicional,
que la historia es un simple cúmulo de rencores.
 
Mi país está dormido en los laureles
del somnífero anhelo de su propio sueño:
El ver praderas anegadas de claveles
sin más muertos colgando de su cuello.
 
En estos lares unos pocos son los muchos
y los muchos, los casi todo, son la nada.
La vida es una servidumbre para los brujos
y las alegrías, si las hay, no llegan al alba.
 
Las gentes caminan sin parar sobre la piel
peluda y arrugada de mi querida patria,
se agrupan en los márgenes, se vuelven parias,
se enfrentan a las bilis y supuran su propia hiel.
 
Movidas van por fuerzas oscuras,
aquí y allá, rechazo y orfandad,
procuran esquivar el plan maestro
que provoca contradictorios afectos.
 
Mi país es un pañuelo de lágrimas
incontenibles que se ahogan entre ellas.
Es la reverberación de voces trágicas,
el fin de la lumbre de las estrellas.
 
La memoria nacional es un álbum de fotos,
manchadas con sangre y desteñidas con metralla.
Es el eco de un lamento, balada de una voz cercenada,
esa es la canción patria y los votos son cuerpos rotos.
 
En mi país no hay llanto para tanto dolor,
ni dolor inexpugnable para todo este llanto.
Mi país es existencia insoportable bajo un negro manto,
es el pasatiempo de la muerte, manantial de todo horror.

Piaciuto o affrontato da...
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