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HARPÓCRATES

Vive en el alba un silencio
que antecede toda lumbre.
Está ahí antes que despunte
el día y el diario misterio,
suave y trovador imperio.
Sobrevuela la existencia
escapando de la ciencia,
y, guardando los secretos
de los amantes discretos,
alucina sus vivencias.
 
Es silencio que se extingue
efímero como el rayo,
nocivo en igual tamaño.
Es un camaleón que finge
ser apacible en su efigie,
pues se ha labrado su culto
de ser numen nauseabundo
de esa bohemia misteriosa
que la incomprensión arropa
y así elude al tremebundo
 
terror que en su seno acoge,
tras estelas barahúndas,
tan gigantes, tan profundas,
de las que resultan pobres,
sin sosiego y sin acordes,
atormentados espíritus
estropeados en el ímpetu,
amantes de extraña hipnosis,
de la vida, una equimosis,
del tormento, hostil presídium.
 
¡Qué bello y qué extraño es él!
Silencio, dueño del orbe,
patrono y desquiciado orden,
maestro de Samael,
capa alada de Luzbel.
¿Quién pudiera habitarlo
sin haberse atormentado
y disfrutar su presencia,
remilgada quintaesencia,
que ilumina al desquiciado?
 
¡Qué peligroso silencio!
Cosechando enamorados
va por este y el otro lado,
crédulos hacia el averno
caminan tan contentos
sin saber que les espera
la letanía lisonjera,
relamida compasión
del extasiado candor,
de la autofagia ramera.
 
Disfruto verlo donde estoy,
sin saber hasta dónde va,
sin saber qué me dirá,
sin saber hasta dónde voy,
escéptico, quizá, así soy.
Maravilla natural
de proporción abisal
que, cual insectos a la luz,
nos consagra en fulgente cruz,
decapita el alma, fatal
 
ceremonia de nuestro fin,
do amputa el alma y devora
hasta su néctar en mala hora.
¡Maldito silencio, ruin
maestro que vive feliz!
En esa noria de elipsis,
rueda del apocalipsis,
fustigando a la memoria
profiriendo en su gloria:
confutatis maledictis.

Piaciuto o affrontato da...
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