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Entre bambalinas

Puedo jurar que el divino no ha querido mirarse
en los espejos de agua de sus abundantes mares
y ha dejado a los reflejos del sol delinear su augusta
línea imaginaria reflejada en la sombra del meridiano.

Cuando dejas de ser tú, el mezquino de en frente del espejo
y solo eres el maquillaje, el peine, la gomina, la reluciente
luz que te encandelilla para abstraerte de la oscuridad de
tu figura maquillada por el taciturno y melancólico goce de la soledad.
 
No es difícil mimetizarse entre bambalinas
no hay nada más seguro que no ser uno mismo.
Que el riesgo lo corra el alocado del pueblo
que sea el que se inmole con la insolación de las lunas de saturno.
 
Puedo jurar que el divino no ha querido mirarse
en los espejos de agua de sus abundantes mares
y ha dejado a los reflejos del sol delinear su augusta
línea imaginaria reflejada en la sombra del meridiano.
 
En la lejana morada del arcano, el elixir de la luz fluye
entre las estrellas más brillantes y engulle las sombras
de mundos disparejos y desconocidos para los creados
a su semejanza, pero sin el goce de la transparencia sempiterna.
 
Mi espíritu cocido con el barro de los interminables tiempos
labriega el cuño de las monedas que adornan
las palaciegas ciudades de los mortales amortajados
con el oro y la riqueza de quienes sudan cristales que hieren mis ojos.
 
No hay nada más eterno que el plañir de los pobres
su larga lágrima se arrastra hasta los confines de los mares.
El cielo destalla largos quejidos,
es el bramido rugiente e hiriente de la serpiente original.
 
Las ciudades sacuden su polvo cósmico
y retuercen su espíritu mefistofélico.
En el laberinto de sus calles sus mujeres
reservan el nirvana para beberlo de un sorbo.
 
Saben que la muerte de sus hombres esta pactada
y sus hijos repetirán la historia, aunque los dioses
mendiguen clemencia a sus raptores y pueblen de luces
sus endebles barcas de acongojados suplicios.
 
El vestido de la luna, la más larga estela
con que el sol visitó a una dama
se mece al vaivén de una vieja melodía de Celia Cruz
mientras me extasió con el dulce elixir de la caña.
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