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LA LLUVIA Y SU TRINO

Los grandes odres de vino macerado
que etéreos los mueve Poseidón desde sus entrañas
buscan los campos fértiles
para vaciar sus uvas del deseo y fructificar sus mujeres.

La lluvia con su trino de oro
despierta a las musas de las montañas.
Sus viejos corceles de plata
galopan al ritmo del tumultuoso rumor de los cielos.
 
Las bridas de los corceles de la lluvia
sostienen el hilarante ímpetu de los mares
que el otoñal viento azuza a latigazos de fuego
hinchando los pezones de la tierra
hasta desembocarlos briosos en los océanos.
 
Un ejercito de delicados copos blancos y transparentes
acarician las inmensas llanuras y cerros que se rinden
ávidos del néctar del cielo que cae como llanto
sosegado y tembloroso sobre todo lo ingrávido que se mueve.
 
Los grandes odres de vino macerado
que etéreos los mueve Poseidón desde sus entrañas
buscan los campos fértiles
para vaciar sus uvas del deseo y fructificar sus mujeres.
 
Desde tiempos inmemoriales la tierra seduce a la lluvia
en una danza frenética que encandila a la semilla y al hombre.
El fruto y el goce de la cosecha del llano y el paramo
es una simbiosis que abraza el olor místico de la ternura y el amor.
 
La lluvia madre de los ríos y depositaria de los mares
se viste de lentejuela y verde esperanza.
En cada ciclo de su preñez añora consolar
al que gime y calmar su sed de vida con sus goterones.
 
Es ineludible el choque de los gigantes en los cielos
rugen como fieros gladiadores despellejándose.
Sus espadas de fuego dividen los fémures
y golpean a los gigantes árboles dividiéndolos en dos.
 
Las tormentas de lluvias presagian un inesperado fin.
Con riadas y deslizamientos de tierra abonan la sepultura
de los linderos de viejos caminantes y trotamundos
que sin embargo abrazan jubilosos las primeras gotas de lluvia.
 
Hoy llueve a cantaros no sabemos si parara esta noche
mañana el bramido del río como corcel desbocado
nos dirá si arrasó el pueblo de San Antonio
los lugareños nostálgicos dirán que son cosas de Dios.
 
He llegado empapado del milagro del sol y del viento
la tormenta amaina y las nubes parecen correr
detrás de las estrellas en búsqueda de la magnificencia
de la perla de plata que se ha refugiado en el helio del sol.

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