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La sangre de Abel

La saeta de un fusil viaja en línea recta
buscando blanduras de algodón, cuerpos de luz.
Alcanza su desquicio en una carnicería mortal
mueren los mártires de los ideólogos
que han tejido la mortaja
de los habitantes de la tierra
y sueñan con un revés de la paz

Aquí  mágico e impúdico
como  hombre en la noche
plagiador del amor, desnudo de la razón.
Yendo por caminos contrapuestos
ahuecando el vientre de la luna
con los aullidos de mil perros fantasmas.
 
Los millares de espejos del sol
reflejan los cuchillos míseros
que enfilan mis manos
buscando la sangre de Abel.
Debo repetir la escena bíblica
para que el último hombre
no pierda la oralidad y grite
a toda garganta que somos
los mayores asesinos de la historia.
 
Estrujo con fuerza mi corazón dolido
casi no queda llanto en el cántaro.
Apenas los musgos verdes rojizos
que se han adueñado de las lápidas
de un puñado de héroes
hablan de un tiempo cuando
había hombres valientes y mujeres hermosas
bailando la zamba de la vida.
 
Debo salir a sortear los fantasmas
de las muertes inocentes,
de aquellas que no sabían que
la guadaña iría por ellos
cuando ellos eran oídos por su dios.
 
La saeta de un fusil viaja en línea recta
buscando blanduras de algodón, cuerpos de luz.
Alcanza su desquicio en una carnicería mortal
mueren los mártires de los ideólogos
que han tejido la mortaja
de los habitantes de la tierra
y sueñan con un revés de la paz.
 
Solo deja que sueñe
que hemos llegado al paraíso,
que estamos hermanados
por sangre, espacio, lunas, soles,
ríos, mares. Que nada es tuyo,
que nada es mío. Que lo compartimos todo.
 
Allí en la nube pictórica donde
el sudor del mar se hace gotas de lluvia
ha quedado grabado el horror de los hombres,
mujeres, niños, ancianos, que atesoran
la placidez del abrazo, del beso.
 
No hablamos el mismo lenguaje del amor
nuestras lenguas se han trastocado
en una Babel de sentimientos confusos de terror.
No hay día que no muramos por la mano de un alocado.
 
Kleber Exkart R.
En homenaje a los caídos en Nueva Zelanda.
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