Nada
me hará
olvidar
las ganas de ovillar
mis recuerdos perdidos
y detenerme allí
en tu sonrisa,
en tus manos
de mamá con tuco.
En el pequeño cuenco
dónde los grandes hablaban y
yo miraba con asombro
el misterio de un castillo
encantado en penumbras.
Si el sol se opaca
¿Quién detiene el llanto
de un color perdido
disecado de lirios y nomeolvides?
¿Quién detiene el disparo del tiempo?
¿Quién detiene a los cuervos
que destrozan sin piedad
los colores aún vivos en mi recuerdo?
Nadie puede quemar las naves del tiempo
ni detener los vientos huracanados
que se llevaron los días de enero,
los primos sentados en esos escalones
de un castillo invisible, en una ciudad perdida
—o a punto de perderse—.
Para vos
el amor en un ramillete de luna.
Para vos
el sonido del agua en la fuente de las lágrimas y
un lucero de sueños para tus párpados.
Ese niño que cruzó la calle
ya no es un hombre triste.
Ese niño es el lucero que aún me mira
alucinado de estrellas
sorprendido de pájaros.
Y brilla, brilla
más allá del tiempo y el espacio
siempre brilla.