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AL POETA JOSÉ ASUNCIÓN SILVA

(Versos de adolescencia)

Tus versos exquisitos,
libres de ruido y fleco,
vertidos en el aire
flotan como los rezos
de las ancianas, como
también flotan los sueños
o el Amérique[1] en los
mares de tus recuerdos...
Tus versos, ¿quién alcanza
la torcaz de tus versos?
A un Baudelaire rebelde,
a un Maupassant en celo,
oh, Silva, resarcidos
entre tus versos vemos.
Rapsoda, ¿qué da músicas
a tu cordel poético?
¿El canto de las aves
o el ruido del mar trémulo?
¿Los
murmullos de qué noche?
¿Las alas de qué insecto?
 
 
II
Bajabas silencioso,
bajabas como Orfeo
—tú el verso y él la cítara—
al voluptuoso infierno
de la belleza, Silva,
de la belleza, pero
desde Occidente oyóse
—hasta el Oriente–, seco,
el giro, el estampido
triunfal de tu regreso.
Y luego, fue la Muerte,
te dijo: “Conversemos...”,
y conversaste en tono
amigable y ameno.
Te hiciste entonces (y antes
lo fuiste en alma y cuerpo)
un Hércules inex–
pugnable y sempiterno...

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