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RÍO NAGUA

(Versos de adolescencia)

Debajo
de la fontana que formas
y te forma,
de tu desembocadura estrepitosa a veces
(primera caída de bruces
que conozco),
debajo de tus charcos, ensanchamientos
dispuestos como estómagos,
debajo de tus aguas,
de tu cuerpo copiado de los crótalos,
—anonadada
                  anonadándose—
queda la huella del último desborde
que, rudo, cometiste
contra el hombre.
 
Y cuentan,
más las mentiras,
que subiste y bajaste sin esfuerzo
los declives y las haldas
y en un segundo apenas, en un
”este es el mundo”
se hizo alud la ataraxia de tus piedras
y un infierno el furor de tu corriente
infinitesimal.
 
Y cuentan,
cuentan también:
ahogaste la dueña de las tiendas,
la turca sin turco y sin Turquía,
aquella que asustóme:
 
 
 
 
 
—Si me besas
(en la frente, en el labio, en
todo sitio),
con solo hacerlo,
ya serás un viandante hasta la muerte.
O si puedes
lávate con agua abundante y abundante
jabón y
de igual manera
ya serás un viandante hasta la muerte—.
De suerte que ahogaste a aquella hembra,
tu fuerza más grandes que sus nalgas.
 
Mañana,
cuando hurguen tu cuerpo los hombres, explorando,
no hallarán en tu fondo galeones ni oro,
sino llantos, lamentos, quejido sordo.
 
Llantos, lamentos, quejido sordo;
                                             además
un atabal tocado por las manos del tiempo,
una gayumba muda
y una mujer disuelta.

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