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EN LA INFANCIA LEJANA II

Mi hermano y yo
bajo las voces temblequeantes, tenues,
de las abuelas,
anduvimos ciudades y países sin nombres,
invadimos palacios, robamos
joyas y armaduras,
combatimos hasta hacernos dos diestros paladines.
 
Llegamos a una ciudad
y nos pareció Valencia.
Nos tentó—como el Cid—regalarla al rey Alfonso.
Pero
—aún no se cerraban los ojos—
ya estábamos en Italia,
la que sí reconocimos
(la abuela de turno nos habló
de una torre cayéndose).
 
Menos trascendentes,
                más modernas,
                             menos interesantes,
son las misma andanzas de Sidarta y Govinda,
de Quijote y de Sancho,
del grande Campeador
y Álvar Fáñez Minaya.

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