Caricamento in corso...

Héctor Cabrera, en carne y verso

Héctor Cabrera perteneció a esa estirpe de hombres superiores que ni buscó ni necesitó el aplauso de un público para justificarse.

  Regularmente se acostumbra a pensar en los poetas como individuos que conciben versos y los plasman y fijan para el presente o la posteridad, como fabricantes de estrofas y acentos... con lo que se arriesga a confundir la causa con el efecto, la fuente con la irradiación. La condición de poeta –poco importa que escriba versos o no los escriba– constituye un «estilo de vida», una forma de ser; una visión especial del mundo, una posición frente a cosas y fenómenos ya universales, ya cotidianos.
  Héctor Cabrera perteneció a esa estirpe de hombres superiores que ni buscó ni necesitó el aplauso de un público para justificarse: escribía en relativo aislamiento, con circunspección.  Vivía su idealidad como quien cumple un designio en la finitud inmanente de todo cuanto existe, y esa idealidad era hermosa, cónsona con la pureza del espíritu y límpida como el rayo que ilumina una verdad.
  He aquí al hombre: Era su parecer “Sí, sí; no, no”, directo a lo que pensaba, como si el fragmento bíblico hubiese sido escrito por él o para él. No conoció nunca la doblez. Por eso dejó más de una huella su espíritu librepensador y definido.  Con esa pasión, con esa convicción, fue hermano del hermano y amigo del amigo. El prójimo fue más prójimo para él que para el tropel de predicadores palabreros. Entre sus ansias refulgían la justicia, el perfeccionamiento individual, la inmensa compasión por la naturaleza de los hombres y un amor incondicional por la gente pobre y desheredada, asaltada en su derecho a existir por la violencia de los hechos, por la violencia de las leyes y de los celebrados y aplaudidos “principios constitucionales”.
  La ponderación de la poesía de Héctor Cabrera me resisto a circunscribirla a la lectura y al análisis de su producción literaria—por lo demás emotiva y hermosa—, como corrientemente se estila.  Esta constituye solo la parte ad solemnitatem que requieren los críticos de oficio, recorriendo camino recorrido. Habría que traer a cuenta su alma grande, su espíritu cristalino, su proceder generoso, su amplia sonrisa familiar. Fue un hombre honesto, integro, solidario, respetuoso, caballeroso y bueno. ¡Qué acrisolado cultor del verso viviente! ¡Qué privilegio para nosotros el estrechar su mano y que en todo momento nos llamara amigos!

Altre opere di Leopoldo Minaya...



Top