El Vuelo Del Alma
En el silencio de la noche fría,
se agita el corazón con nostalgia impía,
mientras recuerdos, cual sombra persistente,
clavan sus huellas en el alma doliente.
No es derrota soltar lo que ya no vibra,
ni cobardía enfrentar la noche vacía.
A veces, sanar requiere un adiós valiente,
aunque el camino se torne incierto y urgente.
El miedo murmura: “¿Y si no hay regreso?”,
pero el tiempo, sabio, teje su propio progreso.
No hay certeza en el rumbo que el destino decida,
solo alas que abrir cuando el alma está herida.
No se trata de olvidar ni de traicionar el ayer,
sino de honrar la vida sin dejar de crecer.
El amor que se apaga no merece cadenas,
pues la paz no se mendiga en arenas ajenas.
Si la casa se agrieta y el techo se quiebra,
no guardes escombros donde hubo risa tierna.
Reconstruye en tu pecho un refugio sincero,
donde el miedo no entre y florezca el sendero.
No es egoísmo buscar tu propio abrazo,
ni rendición dejar atrás un pedazo.
Valiente es quien, aun con el pecho partido,
siembra esperanza en el suelo del olvido.
Tal vez mañana, tras la bruma espesa,
brille un sol nuevo que tu dolor interesa.
O quizás encuentres, en tu propio latir,
la fuerza que nace al aprender a vivir.
Porque la vida no espera ni pide permiso,
es río que fluye, sin mapa ni compromiso.
Y aunque duela dejar lo que un día fue amor,
a veces ganamos al perder el temor.
No te aferres a grietas que el tiempo no cura,
ni vistas de luto tu propia hermosura.
El alma, viajera, merece un nuevo amanecer...
Dejar ir, a veces, es volver a nacer.
—Luis Barreda/LAB