En Otra Vida
En Otra Vida
En otra vida, el tiempo tejía
un lienzo de instantes sin prisas ni heridas.
Las calles de invierno guardaban sus risas,
y el vino compartido sabía a poesía.
Nos jurábamos versos bajo la lluvia,
las estrellas testigos de un amor que fluía.
El pisito del segundo, lleno de libros y almohadas,
guardaba secretos de noches desveladas.
Tus padres traían flores, los míos pan recién hecho,
y en los domingos lentos, el mundo era perfecto.
Los viernes, sin programa, bastaba un viejo disco;
bailábamos en pijama, tropezando con el riesgo.
Nuestros hijos—tus ojos, mi silencio—
jugaban en el parque con trozos de tiempo.
Les enseñamos el nombre de las constelaciones,
y a amar los finales que no tienen explicación.
En esa vida, las lunas eran cómplices,
y el sol dibujaba rutinas que nunca fueron oficio.
No hubo sombras de ausencia, ni palabras sin tacto,
solo un café compartido, un abrazo exacto.
Pero aquí, en este presente de calles rotas,
las horas son espinas que se clavan en la garganta.
Dios jugó a ser niño, nos partió como arcilla,
o tal vez fuimos cobardes de una guerra sencilla.
Aún guardo tu risa en el cajón del almohadón,
y escribo cartas que el viento no leerá.
Espero en la estación donde el tren no pasa,
con un billete antiguo que promete otra mañana.
A veces, en sueños, habitamos ese mundo:
te encuentro leyendo versos que el olvido no ha roto.
Despierto con las sábanas frías y un eco de tu voz,
preguntando si este infierno es solo un paréntesis de Dios.
Y aunque sé que el reloj no gira hacia atrás,
mi corazón insiste en contar los segundos.
Tal vez, en otro universo, nuestros pasos se unen,
mientras aquí, solo queda esculpir tu nombre en el polvo.
En otra vida, fuimos un cuento sin grietas,
dos navegantes de un mar sin tormentas.
Aquí, solo soy un faro que no sabe apagarse,
iluminando la orilla donde quizás, un día, vuelvas a encontrarme.
Mientras las galaxias giran y repiten sus danzas,
yo guardo la esperanza—frágil, terco, absurdo—
de que en algún plano donde el tiempo escurra distinto,
tú y yo seguimos siendo aquel amor escrito.
—Luis Barreda/LAB
