Razones del Alma
Te escribo con el llanto
que arrastra el viento frío,
con palabras que nacen
desde el jardín herido.
Mi pecho guarda el eco
de un amor no vivido,
y en las noches sin sueño
repito tu nombre ido.
No hay estrella en el cielo
que brille como antes,
ni lucero que alumbre
mis horas delirantes.
El tiempo pasa lento,
golpeando mis constantes
preguntas sin respuestas,
huellas de instantes ausentes.
Imagino tu risa
bajo el mismo tejado,
las tardes compartidas,
el futuro soñado.
Pero el destino escribe
caminos separados,
y en mi pecho persiste
tu rostro grabado.
Quisiera regalarte
las lunas que he guardado,
las canciones truncas
de un amor no encontrado.
Pero sé que tus pasos
marchan a otro lado,
y mis versos se ahogan
en un mar callado.
Perdón si aún te nombro
con voz desesperada,
si en cada madrugada
te busco en el recuerdo.
El amor no se apaga
cuando es verdadero,
se hace cicatriz, fuego,
silueta en el invierno.
Hoy, con valor, despido
la luz que me diste un día,
aunque duele el alma mía
soltar lo que ha vivido.
Te llevo en las raíces,
en el trigo del llanto,
y en el último canto
que la noche me pide.
Adiós, amor temprano,
fruto de mis errores,
mi paz y mis dolores,
mi eterno verano en vano.
Que la vida te abrace
con su manto más bello,
y yo... seguiré mi vuelo
con tu aroma en la sangre.
—Luis Barreda/LAB