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Sombrero,boina y pipeño.

Entré al Waikiki* a las 9 de la noche
y me ubiqué en la mesa del rincón,
pedí un jarro de pipeño para ponche
y en una caña grande degusté su sabor.
 
Subió al pequeño estrado un cantautor “artesa”,
interpretó una canción de Víctor Jara,
luego hizo una selección de la Violeta,
bajó rápidamente el nivel de mi jarra.
 
Me envolvió el cálido ambiente de la peña,
(ese del peligro-solidario en dictadura),
oí la invitación al “tour” por La bandera
y aplaudí como nunca a Sol y Lluvia.
 
Me encontraba, la verdad, medio traspuesto,
compartiendo alegría en cualquier mesa,
el presentador anunció que ya era tiempo
que pasaran al centro los poetas.
 
Después me pasó algo muy extraño,
me encontré de repente en los ’50;
entró Gardel con sombrero de paño,
nos cantó Silencio y se sentó a la mesa.
 
Yo canto al pueblo, dijo muy ufano,
la expresión popular hecha canción
y para estar presente les regalo
mi sombrero, mi tango, mi emoción.
 
Gracias Carlitos por tu gran regalo;
pero al pueblo no le basta una canción,
se necesita algo más para representarlo
que un tango, un gol ó ganar una elección.
 
 
Ingresó un tipo de mirada dura
con una Kepka* grande, visera de charol,
esa gorra no queremos, huele a dictadura
y Vladimir Lenin se desapareció.
 
 
Dejé que el sopor placentero me llevara
y vi la estrella roja en la boina francesa,
—bienvenido al bar comandante Guevara –
esa indumentaria me transporta a los ’60.
 
Me sentía contento y mareado en mi mesa,
apareció en el bar el gran Pablo Neruda,
con paso cansino luciendo boina inglesa,
—yo sí soy del pueblo, no les quepa duda –
 
Estuve con ustedes y compartí sus penas,
en sus múltiples luchas, en el terrible exilio,
le canté a sus pesares en cientos de poemas
y al hombre americano en Machu Pichu.
 
No les daré mi gorra, porque ustedes ya tienen,
el sombrero gañán, la del duro minero,
la que llevó mi padre, maquinista de trenes;
y la gorra griega del porteño.
 
Usa la que tu quieras, no aceptes nunca compañero
ni la verde maldita, ni la gorra militar,
desperté sonriente recordando sus versos
y continué cantando muy alegre en el bar.
 
Del libro “El jardín del poeta”
 
Quilicura 2013.

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