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Mi casita blanca

En medio de esta paz tan lisonjera
que nunca turba doloroso invierno
no sé por qué de mi alma se apodera
siempre un recuerdo pesaroso y tierno.
 
Un recuerdo tan grato como triste,
que convida a llorar, pero no abruma,
un celeste recuerdo que se viste
de aromas, de celajes y de espuma.
 
Que trae de un bosque la amorosa sombra,
que trae de un río el cariñoso ruido,
cuyo rumor dulcísimo me nombra
algún pasado que me fue querido.
 
No sé si es sueño; nero entonces creo
conocer el murmullo de la ola,
y entre las ramas levantarse veo
mi casita de guano, blanca y sola.
 
¡Oh mi verde retiro! quién pudiera
ver otra vez tus deliciosos llanos,
y quién bajo tus álamos volviera
como antes a jugar con mis hermanos.
 
Y ver mi lago de color de cielo
donde yo con mis pájaros bebía,
mi loma tan querida, mi arroyuelo,
mi palma verde a cuyo pie dormía.
 
Mis árboles mirándose en el río,
mis flores contemplando las estrellas,
mis silenciosas gotas de rocío
y mis rayos de sol temblando en ellas.
 
¡Oh mi casita blanca! recordando
el tiempo que pasara sin congojas,
viendo correr el agua y escuchando
el himno cadencioso de las hojas,
 
he llorado mil veces; que allí amaba
una rama de tilo, un soto umbrío,
un lirio, un pajarillo que pasaba,
una nube, una gota de rocío.
 
¡Oh mi risueño hogar! ¡oh nido amado!
lleno de suavidad y de inocencia!
que en tu musgo sedoso y azulado
se deshoje la flor de mi existencia.
 
Y cuando llegue entristecida y grave
la muerte con las manos sobre el pecho,
mire vagar como un celaje suave
el ángel de la paz sobre mi lecho.
 
Y al cerrar mis pupilas dulcemente
que vaya la virtud sencilla y pura
a apoyar melancólica la frente
en la cruz de mi triste sepultura.
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