Bach es una copa de un buen vino,
Mozart se parece a una cerveza,
Beethoven es licor de bajativo,
Tchaikovsky es como pisco con cerezas.
Wagner es tequila de autor,
sin sal
y con exceso de limón.
Mahler puede ser un mezcal,
absenta
y cualquier cosa en la mitad.
Pero después de Mahler, lo que escuches
—y además, cualquier otro pormenor—
es indudablemente el resultado
de haber bebido todo lo anterior.