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El esfuerzo

—¿Y después usted qué hizo cuando vio que se iba a quedar definitivamente solo?
—Había estado tratando de hablar con el cuervo desde hacía más de dos meses. Al principio, los cuervos no están acostumbrados a repetir las palabras. Había estado tratando de que el cuervo primero repitiera mis palabras.
—¿Cómo murió el comandante Al Jak?
—Cuando reconocen patrones, los animales se adaptan de forma natural, pero tienen que ser patrones simples. Un cuervo puede reconocer la estructura sagrada que divide el día. El cuervo aprendió Al-Magrib. Lo repetía conmigo todos los días. Empecé a reconectar procesos básicos de algunos sistemas, tenía que mantener un ambiente habitable para los dos. Tenía miedo de romper algo al hacer mal las reparaciones, así que me tomé el tiempo para estudiar los problemas en profundidad.
—¿Ya había muerto Al Jak?
—Después de un mes el cuervo empezó a responderme. Yo traté de corregir el curso que se había perdido. El mapa estaba descalibrado, habíamos atravesado cinco sextantes en dirección hacia Alioth, tenía que volver hacia Almak. El cuervo me decía lo que tenía que hacer. Y la computadora respondió.
—¿Al Jak es el cuervo?
—El cuervo es la palabra. Quedaba una reserva de energía para volver. Pero los que llegan muy lejos en su esfuerzo en el camino de Dios saben que podrían nunca más volver antes de salir. La búsqueda de la verdad es una obligación que tenemos. Sabíamos lo que podía pasar por intentarlo siquiera.
—Usted volvió.
—Volví acá. Pero todavía no llegué adonde tengo que ir.
—Usted tiene que volver. Se lo acusa de crímenes que no pueden quedar sin castigo.
—Es suficiente castigo ser incapaz de hacer el trabajo de Dios. El cuervo habló sin parar las dos semanas siguientes. Faltaban apenas tres días. Hubo una explosión en un filtro de los conductos de ventilación, y se prendieron fuego las reservas de oxígeno. Ahora me quedan apenas 5 horas y 5 minutos. Ya pasó Al-Ishá. Viene el día. Pero yo todavía no he llegado.
—No va a poder llegar, tiene que volver. La carga que usted lleva es muy valiosa. Su misión es volver. Esta es una orden directa.
Silencio. La palabra había muerto. El cuervo hacía tiempo que ya no hablaba.
—Ach Chahid, usted será juzgado por una corte marcial cuando regrese. Su misión ha sido un fracaso. Ahora es su obligación causar el menor daño posible después de todo el daño hecho.
—Al Jak no supo escuchar la palabra. Tuve que... Él mismo lo reconoció.
—Es su obligación, para la subsistencia de toda la humanidad, volver al punto de abastecimiento más cercano, donde será arrestado y recuperaremos la carga.
—Estoy muy cerca. Ustedes no podrían entenderlo porque Dios solo habla con los que son capaces de hacer el esfuerzo sagrado. Cinco horas de oxígeno son suficientes para atravesar el último sextante. Mil leguas ya hice, hacer una legua más es mi obligación.
—Usted no está haciendo uso de sus facultades. Tie... tchas... tchas... regre... tchas... diato...
Ya no hay palabras en la cabina de mando. El silencio es absoluto. Antes de hacer la última legua, Ach Chahid quiere ver la carga. Abre el compartimento. Brilla a tal punto que no puede mantener los ojos abiertos. El fulgor lo quema. Se abraza a la manifestación de lo sagrado. Se quema el pecho y los brazos, la aislación del traje no es suficiente para contener tanto poder. Con los ojos cerrados, caminando en la penumbra absoluta de esa luz imposible de soportar para el cuerpo humano, hace el esfuerzo necesario, el esfuerzo suficiente para ser tocado por Su mano.

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