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El escritor y la bibliotecaria

—¿Y tú has ido a Francia?
No pudo menos que sonreír antes de dar la más obvia de las respuestas.
—Ah...—hubo desencanto, mas no mucho—. Y yo que creía que los escritores viajan...
—Algunos lo hacen.
—Por eso estudio francés. La vida es tan aburrida que me invento otra vida en francés. Me imagino en los cafés, en los Champs Élyseés, yendo desde la Plaza de la Concordia hasta la Plaza de la Estrella, justo donde está el Arco de Triunfo: l’Arc de Triomphe de l’Étoile.
Su forma de hablar desmentía la edad: treinta bien cumplidos, con ligeras arrugas en los ojos, aunque con carnes muy firmes. El ajustador, que parecía rosado, se transparentaba por la blusa, clásica blusa para un no menos clásico sitio.
—¿Te ayudaron los libros?
—Sí.
Tanta timidez lo asombraba. Timidez en él, no en ella, que desde la primera vez mostró el anillo de compromiso, lo tuteó y le dejó oler su perfume. Copia de Paloma Picasso, le aclaró sin que él tuviera necesidad de preguntar.
—Lo venden en una perfumería de La Habana Vieja.
—¿La mil setecientos no sé cuántos?—dijo él, medio azorado.
—No, chico, todo el mundo conoce ésa. Yo te hablo de la otra, la Casa del Perfume Cubano. Está cerquitica del acuario, a un costado del Convento de San Francisco, donde ensaya la Camerata, está el jardín con la escultura de la Madre Teresa y la Iglesia Ortodoxa Griega. Allí, en la perfumería, venden copias de perfumes famosos.
Copias de perfumes, lo recuerda ahora, nuevamente al lado de esta chiquilla, aun con sus treinta años y su olor a Paloma Picasso, mujer entre libros que, quién lo diría, parece conocer La Habana. El esposo, eso dijo entonces, la lleva en algunos de sus viajes.
—¿Y cuándo vuelves?
—No sé, depende de mi marido, ahora anda para allá.
Mi currucucú, paloma, mi currucucú... Sería bueno cantarle así, bien bajito, mientras siente el olor a Paloma Picasso. Acaso sentirla aletear, como una paloma. Bonita manera de cortejar a alguien... Volvió a sonreír para sus adentros.
—¿Qué libros te busco?
—Lo de siempre.
—Estás cansado, se te nota en los ojos.
Él, que apenas nota nada en los ojos de ella, tiene que admitir que sí, que no da para más. Una reunión larga y aburrida, el libro que no avanza y que debe entregar, y las malas noches con la niña han hecho sus estragos. Ya es mayo, el curso escolar termina y...
—Ven conmigo, escoge tú mismo en los estantes. La biblioteca está casi sola. Esto no lo hago con nadie, pero tú no eres cualquiera: eres un escritor. A quién mejor que a ti... A lo mejor algún día vas a Francia y me compras un Paloma Picasso de verdad.
Mi currucucú... Va tras ella, paloma currucucú... Lindas piernas... andar despacio, tomándose su tiempo, pues sabe que está buena... aun con el uniforme y la blusita de señora decente... paloma.
—Tu perfume es sabroso.
—¿Si vas a Francia te vas acordar de mí?
—Claro que sí, Paloma. El paloma no lo articula, lo dice para sus adentros. Paloma pechugona...
Ella le indica el estante y justo cuando levanta el brazo, deja ver por la bocamanga un trozo de piel blanquísima y el ajustador, no rosado como había creído sino de un malva pálido, fina la lencería de la muy cabrona. Con el codo, sutil, muy sutilmente, le roza el seno, redondo, lleno, perfecto. Lo imagina, con pezón pequeño, seguro rosa, pues todavía no ha parido. Tienes las tetas duras, paloma.
Y ella, currucucú, le pega el aliento.
—Todo esto es sobre el Modernismo. Aquí está la obra de Darío, son unos cuantos tomos...
—¿Tú sabías que Darío estuvo en París?
—Y que fue corresponsal para La Nación desde allá, y que escribía de los affaires de las cortesanas y de las cocottes.
Cómica la muchacha, con esa erre forzada y la e insinuada.
—De las putas francesas, querrás decir.
—¿Y en qué se diferencia la puta francesa de la no francesa?
—Las putas francesas hablan francés, y sueñan en francés, y usan lencería francesa y perfume Paloma Picasso.
—Pero el de verdad, no la copia.
—Eso no importa.
Desafiante la chiquilla, que no baja los ojos ante la persistencia de su mirada, que le deja sentir el olor a paloma, arrulladora paloma, tiernita y a la vez a punto de alzar el vuelo. Un paso en falso y...
—Las putas francesas hacen el amor en francés.
—Ja, con versos de Valèry.
—No, con suspiros en francés, pues las puticas francesas no leen literatura francesa.
—¿Y qué leen?
—Lo que Darío escribió de ellas.
—¿Y cómo tú lo sabes?
—Porque los escritores lo sabemos todo, lo que es y lo que no es.
—¿Y yo qué soy?
Mi currucucú...
El beso fue leve, tan leve que apenas pudo sentir su temblor.
—Déjame, yo soy casada, y decente. Estaba jugando. Ustedes...
—¿Ustedes qué? Mira cómo me has puesto
Apenas tuvo que hacer fuerza para llevar su mano a la entrepierna, con una erección que hizo que ella cerrara los ojos.
—Uy, qué miedo. ¿Nunca has sentido eso, eh? ¿Ni en tus senos, o en tus labios?
—Déjame...
—No te voy a dejar. Tú estás como yo.
—No.
—¿Qué apostamos?
—Déjame.
Recostada contra un librero, ella solo atinó a mover la cabeza de un lado a otro.
—Si estás húmeda, te traigo, cuando vaya a Francia, un perfume. Si no, doy media vuelta y me voy.
—No.
—No quieres que compruebe porque sabes que voy a ganar. No tienes que hacer nada, solo dejarme tocar. Es una apuesta redonda para ti.
Suave, tan suave como pudo, levantó la falda y la sintió empapada.
—Bingo, susurró, usted ha ganado un perfume Paloma Picasso.
Y mientras lo decía, tocaba sus labios mayores, carnosos, con leves vellos. Todo es delicado en esta mujer que se retuerce cuando le toca el clítoris.
—Nos van a sorprender.
Intenta incorporarse pero él la tiene incrustada al librero donde se amontonan las obras completas de Darío.
—Tú misma me dijiste que a esta hora no hay nadie. Anda, no seas malita. Dame un beso.
Comienza a bajarse el zípper y ella, una vez más, cierra los ojos. Ahora no evita reír.
—¿Qué le pasa a mi paloma? ¿Nunca ha visto esto?
Y mientras lo dice roza con su miembro la vulva. Y rápido, tanto que ella apenas logra emitir un chillido ahogado, la penetra. Con brío, luego algo lento, hasta que un hilo de semen corre por el muslo de ella, quien hace ligeros pucheros.
—Vamos, que no estuvo tan mal.
—Déjame.
—¿Qué pasa? Ya, ven acá...
—Déjame.
Le da la espalda mientras se acomoda la falda. Y vuelve el silencio, el persistente silencio del principio.

Ella es la primera en hablar.
—Nos quedó bien.
—Tú estuviste mejor, como siempre. ¿De dónde sacaste eso del perfume Paloma Picasso?
—Es el que yo uso.
—¿Una copia?
—Claro, bobo.
—Quién lo diría: te queda muy bien el papel de mujer casada. Te puedes ir preparando para traicionar a tu marido, sea quien sea, conmigo. Aunque, algo no me quedó claro, ¿por qué la bibliotecaria lo hace?
—¿Y tú crees que lo traiciona?
—Bueno, se acostó con otro.
—De verdad que estás cansado... No se acostaron.
La toma por la cintura y apoya la cabeza en el hombro de ella. Es dulce estar así...
—Me debes un pomo de perfume—dice al tiempo que deshace el abrazo.
—¡No me digas!
—Eso forma parte del juego. Conmigo el juego es en serio, con la infeliz bibliotecaria no.
—¿Por qué infeliz?
—Porque sí. Lo que tenía de interesante se lo puse yo.
—Ella eres tú.
—¿Y tú? Como siempre, interpretándote a ti mismo. Hasta eso se vuelve rutina. Yo soy quien siempre tiene que cambiar, unas veces una quinceañera a la que le fotografías, otras una maestra y ahora, una bibliotecaria. ¿Y tú? ¿Cuándo tú no vas a ser tú?

La pregunta queda flotando. La acompaña hasta la noche, con una taza de té, su deshabillé malva, el incienso que agoniza y sus eternas ojeras. Frente a la computadora rememora la tarde, y la escribe. “La bibliotecaria y el escritor”, buen título. También podría ser uno sobre los sueños en francés, o un fragmento de “La chanson de vieux amants” de Jacques Brel, la que escucha,  dulce y triste. Pero no, sería muy obvio. Mejor la imprecisión, y no seguir pensando en las incómodas preguntas. Mueve la mano, como quien aleja un intruso. No pensar las preguntas de siempre o cambiarlas: ¿y si en realidad nunca él es él? Cabría entonces preguntarle cuándo él va a ser, en verdad, él... Demasiado complicado para una bibliotecaria.

De "El escritor y la bibliotecaria", Ed. Ácana, Camagüey, 2015

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