Maximiliano Mendoza

Niño caminante

A Damián Mendoza, mi padre.

Hoy te celebro, papá.
 
Tu presencia me habita, y estoy aprendiendo a encontrarte entre las cosas que me rodean.
 
A veces, cuando seco la humedad de mi rostro lavado por las mañanas
siento tu olor,
y te encuentro mirándome desde el mismo espejo que devuelve mi imagen.
 
O cuando salgo a caminar por algún parque,
y algún quitupí de pecho amarillo revoloteando alrededor me canta,
y me recuerda que me estás acompañando.
 
Niño caminante que adiviné en los ojos de tus últimos días,
coloreados del verde de los quebrachos y los yuchanes,
de los dorados soles del Campo Santo,
y bañados por las lágrimas de aquel Mojotoro al que alguna vez me llevaste para enseñarme a pescar.
 
Hoy te celebro, Damián.
 
Niño caminante que creciste y amaste,
y me engendraste con los torrentes del tiempo
en las entrañas mismas de una tierra mustia y doliente por las ausencias,
por los amigos y amores que te habían arrancado
en los tiempos de la abyección más abyecta.
 
Hoy te celebro, papá.
 
A veces siento que cargo el dolor de tu ausencia envuelto en una sábana blanca, abriéndome paso entre la gente como quien cargara en sus brazos a un crístico combatiente.
Porque la peleamos juntos, Damián.
Hasta ese último aliento detrás de la máscara,
y las lágrimas del Mojotoro que bañara tu niñez
que brotaron desde tus ojos para despedirme.
 
Hoy te celebro, papá, Damián.
 
Anoche derramé, además de estas lágrimas,
el vino en esta copa que hoy alzo para celebrarte.
 
A Damián Mendoza (1930-2020), mi viejo.
En el 91 aniversario de su natalicio.

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