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Teresa: 55

«Y luego ¿qué harás tú cuando me vaya?
No llores, mira, yo...»
—y una furtiva lágrima en la saya
se te cayó.
«No llores; es preciso que seamos
fuertes en el querer;
de nuestro amor no esclavos, sino amos;
¡es el deber!
Te esperaré tranquila y sin anhelo,
que estás en buena edad;
yo sé que nunca hay prisa allá en el cielo...
¡la eternidad!...
El hombre ha de vivir su vida propia;
tenéis mucho que hacer,..
¿nosotras? ¡ay! la vida es sólo copia
en la mujer.
Y aunque me lleves otra no me importa;
ós serviré a los dos;
comprendó, sí, la vida esta es muy corta,
muy largo ¡Dios...»
«No—te dije—, contigo he de juntarme
tan puro cual tú vas;
por morir tras de ti he de abrasarme;
¡ya lo verás!
Mas tales cosas, amor mío, olvida;
todo ello es aprensión;
ya te he dicho que pienses en la vida
de corazón.»
«Es verdad; no es todo ello más que tretas
para probar tu fe;
¡por qué sois tan volubles los poetas!...
calla, lo sé...
Cuando los dos hagamos uno mismo
con la ayuda de Dios,
veremos que esto no es sino egoísmo
de entre los dos.
Lo que nos queda por vivir, mi niño,
contar ¿quién lo podrá?
mas si mides el tiempo por cariño
¡cómo se va!...
No, no se va, sino que queda y pesa
el tiempo abrumador,
como tu última tierra, mi Teresa,
¡mi único amor!

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