Un pedacito de cielo
Mi adorado pedacito de cielo en el que me ha tocado vivir, gusto de ti en la presente línea, no tan lineal, de temporalidad.
por Mirel Martínez
A veces solo necesitamos que nos arrope la bóveda celeste.
En momentos de estrés, acariciar la brisa parece un buen aliciente.
En ocasiones, enamorarte del amanecer augura felicidad eterna.
O sentir el sol con el entrecejo fruncido, mientras acaricia tu cuerpo cálidamente.
Observar una nube con la intrigante interrogante de su figura.
Correr bajo la promesa de la lluvia inminente.
Maravillarte con el espectáculo de luces naturales que el cielo te regala.
Llorar mientras el diluvio confunde su ser con tus lágrimas.
Contar las estrellas con los dedos de los pies,
porque si vives en la ciudad tal vez no veas más de diez.
A veces, sonreírle a la luna parece un gesto noble.
Inclinarte ante Marte y su rojes airada.
Hablar con alguna constelación para que te cuente secretos al oído.
Admirar la pequeñez de tu cuerpo ante el imponente lienzo azul sobre ti.
Amar tu presencia bajo el pedacito de cielo que te observa.
Inauguro la colección “Temporada de rosas y cuervos” (2024) que es vida, amor, felicidad, suavidad, paz y luz en mi vida.
A la par que me despido de quién he sido con “Los adioses”, también doy la bienvenida a todo lo maravilloso de mi ahora.
Pintura de encabezado: “La noche estrellada” (1889) de Vincent Van Gogh.
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