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Castillo de hielo

por Mirel Martínez

Estaba en la taberna del pueblo bebiendo con amigos cuando el piso crujió a causa del temblor, temí por la estructura del castillo y por ti. Inmediatamente salí corriendo porque quería cerciorarme de que no estuvieses dentro de él.

Soplaba un viento frío, la nieve había endurecido, todo era oscuridad.

Todavía no me encontraba tan cerca del castillo cuando éste comenzó a desgarrarse, la campana de la torre empezó a repicar, moviéndose sin voluntad. Me detuve en seco al verte parado colina abajo del castillo, estabas perplejo mirando nuestro hogar; me tranquilizó que no estuvieras ahí. Aun así, quise correr para rescatar algunas pertenencias, pero manos amigas me detuvieron para evitar que me aproximara; a pesar de eso logré apartarme de ellas solo para darme cuenta de que efectivamente me haría daño si lo hacía.

El derrumbe era inminente. Me tiré al suelo e hincada, llorando, fui testigo. Fue estruendoso y estremecedor. La frustración vino después, no pude hacer más, lo vi derrumbarse frente a mí. Presenciar la destrucción de mi castillo, de nuestro castillo, fue lo más doloroso.

Por la mañana, cuando la luz resplandeció en la colina, me vi parada frente a lo que solía ser mi hogar, hecho pedazos, vuelto escombro. No sabía dónde estabas, ni siquiera te acercaste en la noche para compartir el dolor. Fue cuando comencé a culparte para mis adentros.

La disposición de los materiales estaba mal desde que decidimos cimentar el castillo, cambiamos la estructura de fierro por unos ladrillos y pocas varillas, para economizar; menos trabes, pero estaban, solamente para que nadie dijera que hacíamos las cosas mal.

Cuando las lluvias azotaron la región, las goteras aparecieron y nos dimos cuenta de que, por la mala administración, no teníamos el dinero suficiente para comprar pintura impermeabilizante. La humedad comenzó a invadir primero los techos y luego las paredes. Por ello, en otra ocasión, me enojé contigo cuando preferiste construir un invernadero en vez de ayudar con los gastos para comprar pintura y reparar la humedad.

Cuando la bisagra de la puerta principal falló, ciertamente yo no quise cooperar. Fue tu culpa por no haber ayudado con las goteras, una de ellas estaba en mi habitación.

Recuerdo la vez que me recriminaste porque el granizo comenzó a meterse por la puerta de la entrada y en ese momento, según tú, sí tenía que ser responsable y sí era mi culpa que la puerta no cerrase; aunque en principio tú elegiste esa puerta barata para poder construir tu cuarto de juegos, que por cierto ni usabas.

Al final, cuando los largos y crudos inviernos parecían querer quedarse por más tiempo, cuando el sol no salía y el frío se extendió por meses, el recurso más barato y asequible fue el hielo...

Curiosamente, el hielo nos unió cuando comenzamos a reparar las averías del castillo. De un momento a otro vimos restaurado el castillo y éste convertido en hielo casi en su totalidad. Era un lugar frío, poco hogareño, transparente y ajeno. Nunca imaginamos que habitarlo de nuevo era el fin de lo nuestro.

El hielo transparente pareció convertirse en una ventana, en un espejo mágico que nos mostró todo lo que antes no podíamos ver. Las paredes nos enseñaron lo que cada uno ocultaba en las habitaciones: recuerdos, dolores, añoranzas, soledad, falta de confianza y a otras personas enredadas en las sábanas de nuestras propias carencias.

A pesar de verlo todo, de saberlo y reconocerlo incómodo para cada uno, nadie expresó nada; ninguno sabía cómo actuar o qué decir. Habíamos sido nuestro hogar por largos años, éramos una familia construida del abandono y del malfuncionamiento que aprendimos a ejercer. El silencio se hizo presente en nuestros días. Nadie tenía la culpa, pero tampoco nadie tomaba responsabilidad por lo que hacíamos o dejábamos de hacer.

El castillo se volvió inhabitable, decidí entonces sacar mis maletas y empacar lo poco que era solamente mío; te vi hacer lo mismo. Un día desperté y no te encontré, entonces hice lo propio: salí del castillo, bajé por la colina para llegar al pueblo y entré a la taberna.

Cuando terminé de rememorar nuestra sufrida aventura mirando los escombros, sentí una mano acariciando mi espalda, eras tú, volteé para recargar mi frente en la tuya, me regalaste un ligero beso en ella, yo besé tu mejilla. Sin decir más, nos miramos a los ojos y supimos que ese castillo era lo único que quedaba en pie acerca de nosotros.

Una especie de alivio me tentó el corazón, pero admito que presenciar la destrucción de mi castillo, de nuestro castillo, fue lo más doloroso.

2021
Es mi primer cuento publicado en esta plataforma de Poeticous.
Plasma de manera metafórica el término de una relación y cómo, evidentemente, todo indicaba que “el castillo” terminaría por derrumbarse...
Espero que les guste :)

#adiós #castillo #cuento #cuentocorto #despedida #frío #hielo #pareja

Preferido o celebrado por...
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