Haces del nacimiento de una estrella una nimiedad,
me haces sentir eterna,
amarte es vivir en la divinidad,
encontrarte es perecer en la fortuna.
Eres la aurora polar que se refleja en el frío de mis angustias y las convierte en una sed insaciable de inmortalidad,
porque la vida no será vida sin tu presencia y reencarnar se convertirá en un despropósito si el universo decide no reencontrarnos después.
No cambio un día de furia intensa a tu lado por una eternidad en los Campos Elíseos,
no movería una pestaña por hacer que cese el fuego de tu locura que me apabulla y me intimida ante la exhibición de su grandeza,
no elegiría vivir cien años si dependiera de no morir ensortijada en tu pecho titánico.
Quiero que seas mi último suspiro de vida,
el elixir que remplace la impronta de sangre de los escombros de mi mortalidad,
eres infinito, eres una trampa ante la imposibilidad de resistirme a desaparecer.
A pesar de amarte antes con infinita certidumbre,
desentrañé el sentido de mi sustancia y entendí casi de forma sincrónica
que mi destino es amarte hasta que mi vida se disipe.
Hoy más que siempre, comprendo que no hubo nada antes, ni habrá nada después de ti,
que tu grandeza es inmanente y que eres es el destino indefectible del resto de mis días en Marte.
Hago tus cadenas mías para alivianar el peso que las contiene,
Y juro ante los dioses y las lunas crecientes que el silencio y la camaradería serán la muestra viva de mi eterna consagración.