Necesito subir a lo alto de la torre.
Lo hago siempre.
Me instalo allá arriba
y observo cómo se mueven los animales.
Soy un cazador.
Alimañas, depredadores, carroñeros
son mis piezas más preciadas.
Los animales nobles aburren.
Los otros apestan.
Adrenalina pura.
Observo con atención sus movimientos,
su pensamiento,
sus jerigonzas incesantes.
Después, atormentado, me alejo
y ya no puedo dormir.
Desvelado, escribo sobre esos locos
y no entiendo.
Nunca. Ya no.
Desde otra torre, escondida en la espesura,
otro cazador me observa. Un francotirador.
Usa una mirilla telescópica. Algo perfecto.
No hay error.