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Mi gente

Me sorprendió ver a mi entrenador de artes marciales mixtas, a mis asesores espirituales y a mi ejército personal tan callados y con la mirada al vacío.

Ayer cuando subí al carro noté a mi chofer como triste. Preferí no preguntar. Luego, cuando llegué a casa y mis guarda espaldas abrieron la puerta del vahículo para recibirme, los sentí un poco cabizbajos. Lo mismo sucedió con mi mayordomo y el personal de servicio. No fue diferente con mis masajistas que, entre susurros y ligeros sollozos hacían su trabajo. Me sorprendió ver a mi entrenador de artes marciales mixtas, a mis asesores espirituales y a mi ejército personal tan callados y con la mirada al vacío. Lo que si me preocupó fuertemente fue notar la baja energía que tenían todos en la cocina, la chef franco-canadiense y sus tres ayudantes europeos (se sabe bien que la comida no queda igual cuando quienes la preparan están indispuestos). Previendo que la situación no fuese a empeorar, hice un pequeño llamado de atención y motivación a los jardineros y el grupo de escultores de arte vanguardista que recién comenzaron a trabajar adecuando los espacios de la parte junto a la piscina de mi casa; no los vi tristes pero si estaban distrídos rascándose la frente y mirando lo que tenían por hacer. Inmediatamente, y por prevención, le pedí a mi asistente personal que diera instrucciones a mi jefe de prensa para que emitiera a todo el equipo un comunicado jovial y con un denso texto de contenido inspirador sobre un mundo mejor y los riesgos que trae para unos la tristeza de otros, especialmente cuando uno les paga. No quiero que pase otro día más viéndolos así, no puedo permitirlo; no vaya a ser que toda esa tristeza termine por contagiarme y hacerme consciente de que ellos en realidad no existen. Ahora, voy a dar un paseo.

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