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F. S. Flint

Frank Stuart Flint (19 December 1885– 28 February 1960) was an English poet and translator who was a prominent member of the Imagist group. Ford Madox Ford called him “one of the greatest men and one of the beautiful spirits of the country”. Life and career British poet, and a poetry reviewer with an unusual gift for language, a self-educated man, born in Islington, London; he left school at 13 and worked in various capacities before beginning his long and distinguished career in the Civil Service in 1904. He published a book on French poets, starting in 1908 and by 1910, his intensive private study had gained him recognition as one of Britain’s most highly informed authorities on modern French poetry. His first collection of poems, In the Net of the Stars (1909), consisted mainly of conventional love lyrics. Flint is mostly known for his participation in the “School of Images” with Ezra Pound and T. E. Hulme in 1909, of which he gave an account in the “Poetry Review” in 1909, and which was to serve as the theoretical basis for the later Imagist movement (1913). His subsequent association with Ezra Pound and T. E. Hulme, together with his deepening knowledge of innovative French poetic techniques, radically affected his poetry’s development. Glenn Hughes reports Flint ‘claiming to inventing the open verse form ’unrimed cadence’, by cutting away all personal emotion, where symbolism was barely suggested, but instead shortened and hardened, and where meter was supplanted by cadence’. Hughes explaining Flint’s form is best understood ‘by comparing his poem ’ A Swan Song’(Published in 1909 and later by Pound in 1914 in 'Des Imagistes’) and, his later ‘cadenced ’ version thereof, ' The Swan’, a poem so devoid of superfluities and cliches, to achieve that perfect chiseled beauty which is the essence of classical art’ In 1916 Flint was described as having ' the gift of artistic courage clothed in beauty which will help build the poetry of the future’. Flint himself, considered his 'cadenced’ form to be a reversion to the real tradition of the English poetry of Cynewulf in the 'Riddle, The Nightingale’ Earlier Flint had published a series of articles on contemporary French poets (1912) that much influenced his contemporaries. In 1914 he was included by Pound in Des Imagistes. He entered into a short-lived dispute with Pound as to each one’s relative contribution to the Imagist movement. During the 1930s Flint was among a number of poets who moved away from poetry and towards economics, working for the Statistics Division of the Ministry of Labour writing that "[t]he proper study of mankind is, for the time being, economics". Flint would go on to publish an article entitled The Plain Man and Economics in The Criterion in 1937. He became a leading spokesman for Imagism and exemplified its methods in the concentration and clarity displayed by much of the work in Cadences (1915). Otherworld, his third and last collection, was published in 1920, its lengthy title poem responding to the desolation of the First World War in its meditations on more viable modes of existence. For some years after he ceased publishing poetry, Flint continued to contribute influential articles to the Times Literary Supplement and The Criterion. He was also a prolific translator of prose works and poetry by French, German, and classical authors. With the exception of some short works arising from his activities as a civil servant, he ceased writing for publication entirely in the early 1930s. Poetry In the Net of the Stars, BiblioBazaar (Jun 2009) ISBN 978-1-110-85842-2 Cadences, Poetry Bookshop. London, 1915 Otherworld: Cadences, Poetry Bookshop, 1920 Translations The Love Poems of Emile Verhaeren, Houghton Mifflin, Boston 1916 The Closed Door, by Jean de Bosschere, John Lane, London 1917 Essays etc ‘Contemporary French Poetry’, article in The Poetry Review, August 1912 ‘Some Modern French Poets( A Commentarey with a Specimen) The Chapbook: A Monthly Miscellany, London October 1919 ‘ The Younger French Poets The Chapbook; A Monthly Miscellany, London November 1920 ‘The History of Imagism’, essay in The Egoist, May 1915 ‘The Poetry of HD ’ essay in The Egoist, May 1915 ‘ Six French Poets’ essay in The Egoist, January 1916 ‘Imagisme, Poetry Chicago March 1913 References Wikipedia—https://en.wikipedia.org/wiki/F._S._Flint

Manuel María Flores

MANUEL M. FLORES (1840-1885) Manuel María Flores nació en San Andrés Chalchicomula, México. Estudió Filosofía en el Colegio de San Juan de Letrán hasta el año 1859, fecha en que abandonó sus estudios. Perteneció al Partido Liberal, luchó contra los franceses, estuvo preso en el Castillo de Perote. Cuando la república fue reinstaurada obtuvo el cargo de diputado, posteriormente formó parte del Liceo Hidalgo, además de pertenecer al grupo de escritores que encabezó Manuel Altamirano, quien escribió el prólogo de su primer libro; "Pasionarias" que fue publicado en el año de 1874. Este poeta romántico es considerado como uno de los más grandes representantes del Romanticismo Mexicano. Manuel, sostuvo una relación sentimental con Rosario de la Peña, mujer por quien se suicidó Manuel Acuña. Falleció este insigne poeta en el año de 1885. Después de su muerte, aparecieron sus "Poesías inéditas" en el año de 1910 y en el año de 1953 "Rosas caídas" (su diario). *** Prólogo al poemario "Pasionarias" de Manuel María Flores, redactado por Ignacio M. Altamirano. Prólogo EL POETA Corrían los años de 1857 y 1858, entre las porfiadas luchas del partido liberal y del partido reaccionario, que ensangrentaban la República y apenas dejaban tiempo para pensar en otra cosa que no fuese la política o la guerra. Yo estudiaba entonces Derecho en el Colegio Nacional de San Juan de Letrán y comenzaba mis ensayos en el periodismo. En el primero de estos años tempestuosos, dividía, pues, mi atención entre las contradicciones del Digesto, que no producían sino un diluvio de sutilezas en la Catedra, y las disputas irritantes de la política, que traían agitados a liberales y conservadores y provocaban la más sangrienta de nuestras guerras civiles. Por mas que yo fuese un escritor joven y bisoño en aquella época y a tal punto desconocido, que ni siquiera mi nombre aparecía en mis articulejos, había contraído relaciones nuevas en los círculos literarios o conservaba algunas antiguas de colegio con escritores ya renombrados o que se conquistaban una reputación en las lides periodísticas de actualidad. Así, mi humilde cuarto solía transformarse, por la afluencia frecuente de estos amigos, en redacción de periódico, en club reformista o en centro literario, que se aumentaba naturalmente con la asistencia de numerosos estudiantes curiosos y partidarios ardentísimos de la revolución. Con ellos nos dirigíamos muchas veces a las galerías del Congreso para asistir a las sesiones en que se discutía la Constitución y para aplaudir los elocuentes discursos de Ocampo, de Ramírez, de Zarco y de Arriaga, y para tomar nota de los esfuerzos que hacían el ministro Laíragua y la pandilla de falsos liberales contra las libertades humanas y políticas. Pero dando tregua a estos alborotos, que duraban, a veces, semanas enteras, lo más común era consagrarnos a las conversaciones literarias, en las que salían a relucir todas las reputaciones poéticas contemporáneas y todos los conatos de bella literatura que se hacían lugar de cuando en cuando entre los ruidos pavorosos de la matanza y la destemplada grita de los partidos. Esas sesiones no carecían de interés y hasta llegaban a tomar a veces el aspecto de una Cátedra o de una Academia, cuando las presidía alguno de los veteranos de la Literatura o de los campeones de la prensa militante, porque solían aparecerse por allí los amigos míos de quienes he hablado al principio. Marcos Arróniz, el apasionado cantor de Herminia, el excelente traductor del Don Juan, de Byron, que acababa de trocar su lira melodiosa por el sable reaccionario de Puebla, y que aprehendido después como conspirador, había sido encerrado en una prisión, donde, como el Tasso, había comenzado a perder el juicio. Él me pagaba las visitas hechas en su cárcel y asistía a nuestras reuniones melancólico y abatido, pero siempre hablando de poesía, con su sonrisa triste y su palabra fácil y elegante, que vibraba como si quisiese traducir la amarga pena que se revelaba en sus ojos profundos. ¡Pobre Marcos! Poco tiempo después, pero en aquellos mismos días, se encontró su cadaver en el camino de Puebla, junto al Agua del Venerable, sin saberse cómo ni por qué estaba allí. Sospechóse un suicidio. Tal vez. Pero se dijo también que caminando Arróniz, solo, por aquellos bosques plagados entonces de bandidos, pudo más probablemente ser asesinado por éstos. Así murió uno de los mas inspirados poetas de México, el aristócrata entre ellos por su educación europea, por sus hábitos y aun por sus opiniones. Nosotros, revolucionarios y demócratas, respetabamos siempre sus ideas, de que por otra parte se abstenía de hablar en presencia nuestra, y respetabamos todavía más su desgracia y su talento, nublado ya por la demencia. Arróniz había empapado su poesía en la poesía de Byron. El gran poeta inglés era su modelo, su maestro, su favorito. Como él, era hermoso, enfermizo y escéptico; como él, había amado mucho y había sufrido tremendos desengaños; como él también, manejaba bien las armas; pero al contrario de él, no amaba la Libertad, al menos la combatió sirviendo al dictador Santa Anna contra el pueblo, y se expuso después a todos los peligros, peleando valerosamente en la batalla de Ocotlán al lado de la reacción. Fueron vanos los esfuerzos de su gran amigo Zarco para atraerlo a nuestras filas. Estaba en la desgracia y rehusó, hasta que se trastornó su cerebro. ¡Pobre Marcos! Otro de los tertulianos era Florencio María del Castillo, que redactaba ya el Monitor Republicano y era muy conocido por sus bellísimas y sentimentales novelas, arrojadas en medio de esta sociedad envuelta en vapores de sangre, como blancas flores de aroma suave y dulce. Florencio escribía entonces su Hermana De Los Angeles, y en su calidad de redactor de uno de los periódicos más avanzados del día, era un contendor exaltado; pero su fisonomía móvil y nerviosa se trasfiguraba hablando de literatura, su risa perdía el caracter burlón que la hacía temible disputando, tornabase benévola como siempre, y con el argot gracioso que acostumbraba, decía cosas encantadoras de novedad. José Rivera y Río era el elemento de la contradicción literaria, y con sus arranques pesimistas o indignados, daba pábulo a la conversación. En eterna disputa con Juan Mateos, que ya era abogado, pero que seguía teniendo, como hasta hoy, el carácter estudiantil ligero, epigramático y burlón, Rivera y Río, serio y enfático, se irritaba como un niño oyendo las carcajadas sonoras con que Juan respondía a sus sentencias lacónicas como un apotegma antiguo. Terciaba siempre en tales disputas, dominándolas con su voz de trueno y su altiva figura dantoniana, Manuel Mateos, que a su turno traía siempre a mal traer al pobre Juan Díaz Covarrubias, que murmuraba con voz sentimental sus agudas respuestas. ¡Cosa singular! Aquellos dos jóvenes, el grande y hercúleo Manuel Mateos y el pequeño y pálido Juan Díaz Covarrubias, estaban siempre en discordia, y dos años después, debían morir juntos y abrazados en el cadalso de Tacubaya. Alguna vez, habiéndonos hecho amigos en las galerías del Congreso de Miguel Cruz Aedo, el ilustrado escritor y valiente soldado jalisciense, lo trajimos también a nuestro corrillo de Letrán, y mientras estuvo en México, formó en nuestras filas y encontró en nosotros un auditorio entusiasta para sus artículos dignos de Camilo Desmoulíns y sus discursos dignos de Saint Just. Aquel era el bello tiempo de los sueños de Libertad y de Poesía, de los propósitos generosos y de los juramentos revolucionarios que pronto iban a cumplirse, porque la guerra estaba allí para reclamar el cumplimiento de los votos juveniles. Nuestro círculo, mitad político y mitad literario, se ensanchaba cada vez más, admitiendo nuevos adeptos del mismo Colegio de Letrán. Ya figuraban en él desde el principio, Alfredo Chavero, Emilio Velasco y Juan Doria; los dos primeros, laboriosísimos estudiantes; el tercero, reservado, pero vehemente liberal fronterizo que ya había tenido tres o cuatro riñas a causa de las discusiones de la Constitución. Pronto vino a incorporarsenos un joven a quien estaba reservada una gran celebridad poética. Había entrado a principios de aquel mismo año de 1857, a cursar Filosofía en Letrán, como interno, un joven de diez y seis años, moreno, pálido, de grandes ojos negros, de abundante cabellera ensortijada y de aspecto triste y enfermizo. Paseabase en las horas de estudio con sus compañeros, en el corredor de los filósofos, pero sin llevar el libro abierto en las manos, como los demás, ni recitando su lección en voz alta, sino con el libro constantemente cerrado y debajo del brazo, taciturno, con los ojos clavados en el suelo y siempre sumergido en hondas meditaciones. No estudiaba, nadie lo conocía, no buscaba amigos, no tomaba parte en los grupos charladores que se formaban en las horas de recreo, sino que durante ellas se encerraba en su cuarto y allí permanecía sentado indolentemente y siguiendo con mirada distraída las espirales de humo de su enorme pipa alemana. Decididamente aquel joven era un misántropo, tal vez un enamorado a quien encerraban por fuerza en el colegio para apartarlo de aventuras amorosas, tal vez un negligente o un soñador, víctima de grandes pesares o presa de recuerdos palpitantes todavía. Los curiosos pronto lo asediaron. En el colegio es difícil que se mantenga por mucho tiempo un caracter envuelto en el misterio, y la juventud es eminentemente expansiva y confidente. A pocos días se supo que el joven misántropo era nativo del Estado de Puebla y que hacía versos, versos de amor melancólicos y apasionados. Como era natural, esta noticia se comunicó inmediatamente a nuestro centro literario; el joven me fue presentado por sus amigos y yo lo presenté a los míos, quienes lo recibieron con afecto fraternal, que se aumentó cuando le oyeron recitar con modestia, que llegaba hasta la timidez, sus enamoradas elegías. Aquel poeta soñador y ardiente era Manuel M. Flores. Desde entonces fuimos amigos; desde entonces comenzamos a gustar de esa poesía intensa y embriagadora que rebosan sus versos, como rebosan los aromas en las flores de los bosques tropicales. Había en esos cantos juveniles, suspiros apasionados y quejas audaces que nos causaban extrañeza. Eran los rumores vagos que anunciaban la erupción próxima de un volcan de amor y de poesía! Marcos Arróniz acababa de morir. Este joven lo sustituía al punto en la poesía elegiaca. Como aquel, estaba devorado por ese malestar indefinible, por esas aspiraciones al ideal que no se alcanza, por esa ansia de amor insaciable y por esa melancolía ingénita que se llamó en Europa, en otro tiempo, el mal de Werther. Pero Flores no tenía el espíritu nebuloso de Arróniz, que parecía perdido siempre entre las brumas del Norte, y la filosofía escéptica de Byron. En los versos del joven poeta erótico, no se sentían. aquellos dejos de amarga duda que producen la fiebre en Manfredo y el sarcasmo envenenado en los labios de Don Juan. No; en ellos corría la savia fecunda de la fe y del amor, a veces en la forma más sensual. Era la pasión despertándose poderosa y exigente en un corazón virgen. Los gemidos del desengaño vinieron después, y del corazón de Flores puede decirse con Enrique Gil: ¡Ay del corazón del niño Que se abrió sin vacilar, Sin reserva y sin aliño, Pidiendo al mundo cariño Y no lo pudo encontrar! En Flores, la tristeza de entonces era el crepúsculo matinal de la vida; la tristeza de Arróniz era una sombra de la tarde. En aquél, presentimiento quizá de los dolores del alma; en el último, la hez acre de los desengaños. Así comenzó Flores su existencia poética. Por lo demas, cuando no escribía o conversaba con nosotros, volvía a encerrarse en su silencio y se paseaba meditabundo, de modo que podía describirse él mismo, como Víctor Hugo a los diez y seis años. Y sin embargo de su indolencia y de que parecía no estudiar a ninguna hora, se presentaba a examen y salía bien. Pasó el año de 1857, y a fines de él estalló la guerra civil en la ciudad de México, que se prolongó hasta Enero de 1858, en que la reacción triunfante quedó apoderada de la ciudad que había abandonado a sus garras Comonfort, por una serie de debilidades y de torpezas increíble. Nuestro club, naturalmente, no volvió a reunirse, y trabajos tuvimos los estudiantes lateranos para sustraernos a la suspicacia de la policía. Todavía escribí yo, indignado, aquellos alejandrinos Los Bandidos De La Cruz, que eran muy malos, pero que en alas de la pasión de partido, volaron por toda la República, agitada entonces por los dos bandos. Manuel Flores, Juan Doria y otros diez estudiantes les hicieron su primera edición en la memoria, edición que sirvió para imprimirlos. Todavía Florencio del Castillo vino a leernos algunos folletos incendiarios, y Juan Díaz Covarrubias algunas estrofas que circulaban en los colegios; todavía Manuel Mateos y yo, escribimos una tarde, en los bordes de la fuente de Letrán, los atroces dísticos contra el Gobierno reaccionario; todavía nos vimos alguna vez reunidos en algunos cuartos de la Escuela de Medicina o del Colegio de Minería, que eran focos de conspiración en que mantenían el fuego revolucionario Francisco Prieto (hijo de Guillermo); Mariano Degollado (hijo de D. Santos); Ignacio Arriaga (hijo de Ponciano); Juan Díaz Covarrubias y Juan Mirafuentes. Pero se acabaron las reuniones : Miguel Cruz Aedo había volado a Guadalajara, en donde él precisamente salvó a Juarez de ser asesinado por los militares amotinados en favor de la reacción; Florencio del Castillo había sido desterrado de México por el Gobierno reaccionario; Manuel Mateos fue a unirse al ejército liberal; Juan Mateos y Rivera y Río se ocultaron o fueron presos. Sólo quedamos los demás, conspirando, escribiendo hojas liberales que se imprimían por estudiantes en una imprenta clandestina, o entreteniendo nuestra impaciencia política con el estudio de la Literatura. Flores, Velasco, Chavero, Doria y yo, pasabamos así el tiempo. Yo era entonces catedrático de Letrán y explicaba los clásicos latinos a Manuel Olaguibel, Juan Govantes, Diódoro Contreras, Manuel. Lares, Manuel Ticó, V. Canalizo, Pedro Miranda, Emilio Monroy y otros, hoy abogados, médicos, diputados, jueces, y entonces muchachos de catorce años. Entre aquellos clásicos había uno que no era de texto, pero que yo amaba y amo mucho todavía: Tíbulo, el tierno Tíbulo, el juez de los versos de Horacio: « Albi, nostrorum sermonuri candide judex, » cuyas elegías eran mi encanto. Entonces comenzaba yo la traducción de todas ellas, que esta es la hora en que no concluyo todavía, pero que publicaré un día de estos, con gran sorpresa de los que me creen tardío. Pues bien: leyendo y releyendo, saboreando y paladeando el suave y puro latín de este poeta del siglo de oro, como si paladeara una anfora de Sécubo o de Falerno, me sorprendí muchas veces de encontrar en las apasionadas elegías del cantor de Delia, la misma ternura, el mismo fuego, el mismo acento sensual que hacían tan atractivas las poesías de Flores. Y le comuniqué mi opinión sobre la extraña semejanza que encontraba entre su genio poético y el del poeta romano. Él se sonrió mortificado por la modestia. No conocía a Tíbulo. Era un Tíbulo americano, inconsciente de su semejanza con aquel autor de las penas amorosas. Era de la familia, sentía, amaba y cantaba como él, pero no conocía a su deudo de la antigua Roma. Yo no sé si lo ha conocido después, pero supongo que no lo necesitaba. Tenía una organización igual, una alma poética y triste, un caracter taciturno y propio para errar meditando entre las selvas. « tacitum silvas Ínter reptare salubres Curantem » mucha savia juvenil, un anhelo infinito de amar y ser amado, un corazón de fuego y muchas Delias en la sonrosada nube de sus sueños. Pero aquel estado de lúgubre sopor en que vivíamos le fue insoportable al fin. El colegio era para él una cárcel, la falta de libertad política que se respiraba entonces hasta en la atmósfera, lo asfixiaba; su alma joven y ardiente aleteaba en busca de espacio, de aire y de luz en aquella jaula, y al fin, dejó el colegio en 1859 y se fue a vivir la vida del bohemio libre, sin obligaciones, sin recursos, pero sin inquietudes y sin trabas. A poco dos negros ojos andaluces, que fascinaban y embriagaban, fueron los primeros que como dos soles disiparon por completo el crepúsculo de aquella vida juvenil. Y no volvimos a vernos por entonces. También nosotros todos fuimos dispersados por la borrasca política. Manuel Mateos y Juan Díaz Covarrubias, habían sido asesinados en Tacubaya, el 11 de abril de 1859 . La indignación, la furia se apoderó de todos sus amigos. Juan Doria partió para Nuevo León, Emilio Velasco para Tamaulipas, yo me fui al Sur. Todos nos volvimos combatientes o salimos al menos de esta repugnante y abrumadora atmósfera de tiranía que pesaba sobre México. También Flores tuvo que salir pronto de ella; también él tomó parte en la política liberal, y tan pronto como se vio libre de los encantos de su Circe, fue a combatir en Puebla en la primera oportunidad. Defensor siempre de su patria y de sus ideas, con la pluma y con la acción, supo en la guerra de intervención cumplir con su deber como soldado, y a consecuencia de eso, no tardó en ser perseguido y preso en el Castillo de Perote, por orden del general francés De Thun, comandante de Puebla. Permaneció encerrado en las mazmorras de la vieja fortaleza con su hermano Luis, por espacio de cinco meses, hasta que salió para ser confinado en Jalapa. Después ha tenido una suerte varia, pero ha seguido firme en sus opiniones democráticas, y por ellas ha merecido venir dos veces a ocupar una curul en la Cámara de diputados de la Unión, de la que hoy es diputado suplente siendo propietario en la Legislatura de Morelos. Pero ¡ay! ¡cuánto han cambiado los tiempos y cuanta tristeza causa recordar aquellos días de Letrán y aquel grupo querido a cuyo calor, como en un búcaro, nacieron las primeras Pasionarias! ¡Las tormentas políticas, la guerra, los pesares, el soplo mismo de la vida, han arrebatado ya del mundo a más de la mitad de aquellos entusiastas jóvenes que se reunían en un cuarto humilde de Letrán, soñando con la fama, la poesía y la gloria! Marcos Arróniz, suicida o asesinado en 1857; Manuel Mateos y Juan Díaz Covarrubias, fusilados en Tacubaya en 1859; Florencio del Castillo, muerto del vómito en Ulúa, en donde lo habían encerrado los franceses en 1863; Miguel Cruz Aedo, asesinado en Durango en el año de 1860; Juan Doria, el heroico batallador del Cimatario en 1867, muerto del corazón, en 1870, y Mirafuentes, muerto en el Gobierno del Estado de México, en 1880. Sólo quedamos Juan Mateos, que ha llenado el teatro de piezas dramáticas, la prensa de novelas y poesías líricas y las cámaras con el acento de su voz de tribuno; Alfredo Chavero, que habiendo sido, como el anterior, poeta dramático y diputado, vive entregado a la Arqueología; Emilio Velasco, que es hoy ministro de México en París; José Rivera y Río, que después de haber publicado poesías, novelas y libros de texto, se ha hecho ermitaño desengañado y triste, como el médico de H. Arnaud, y por último, el que servía de lazo de unión de aquellos muchachos y que hoy escribe este largo prólogo para el Benjamín de aquella familia, que está vivo también, pero triste, abatido, casi ciego, sin esperanzas, abrumado por grandes dolores recientes que han despedazado su corazón, y que si arranca todavía sonidos dolorosos de su enlutada lira y canta, es solo « Perché cantando il duol si disacerba, » como dijo el Petrarca. II SU OBRA Un joven escritor español de gran talento y de copiosa instrucción, D. Antonio Fernandez Merino, ha juzgado ya a Manuel Flores como poeta, y nada puede escribirse mejor y mas acertadamente después de lo que ha dicho en la Revista de Andalucía aquel excelente crítico. Ademas, Flores ha sido seguramente uno de los poetas mas leídos en México; la juventud recita con entusiasmo sus versos; las damas los aprenden de memoria, privilegio que no conceden a nadie; la prensa mexicana los ha comentado siempre con agrado y tributándoles merecidas alabanzas; sobre ellos y sobre Flores ha recaído ya un fallo de la opinión, que es unánime, y por él, Flores es uno de los primeros poetas eróticos de México. Puesto es ese que aquí y en todas partes se alcanza ya con suma dificultad; porque si el amor, ley del mundo, es tan vasto como él, y como él también tiene variados aspectos, la verdad es que su expresión puramente humana y poética, ha sido una fuente tan concurrida, que el manantial parece ya agotarse. Los poetas siguen cantando sus amores en todos los tonos y en todas las formas, y seguirán así, porque el amor seguirá inspirándolos hasta que el enfriamiento del planeta haga desaparecer de su faz a la raza humana; pero lo difícil, lo raro es que logren decir algo nuevo después de lo que han dicho los poetas eróticos del Asia antigua, de la Grecia, de la Roma del siglo de oro, de la Roma de la decadencia, los trovadores de la Edad Media, los imitadores del Renacimiento y los poetas eróticos modernos de todas partes. Lo difícil y lo raro es conmover después de que ellos han conmovido, encontrar un resorte, un rincón del corazón humano, después de que ellos los han registrado y usado todos; hallar un grito, una nota, un suspiro que no hayan resonado ya en la lira, en el salterio, en la zampona, en el arpa, en el laúd de los poetas de los tiempos pasados. Es verdad que no se puede exigir siempre lo nuevo y que el nihil sub solé novum es mas cierto en la poesía erótica que en otra cosa cualquiera; pero la novedad de la forma y de la expresión, la variedad de las lenguas, la diversidad de las razas y la evolución del espíritu al través de los tiempos y de los medios sociales, deben revestir, al menos, con ropaje nuevo, el sentimiento eterno que, como condición de existencia, ha agitado siempre al hombre. Y estas nuevas galas no consisten ciertamente en el juego pueril de la combinación métrica, ni en la extravagancia del título, ni en la exageración hiperbólica de los sentimientos, ni en esas mil bagatelas con que los imitadores vulgares disfrazan su falta de originalidad. Consisten en algo que sólo el talento es capaz de producir y que no alcanzan a obtener los rimadores vulgares. De modo que hasta para esta feliz renovación de la belleza creada por otros, se necesita del genio propio, so pena de ser como el joyero que en vez de dar mayor hermosura a una piedra labrada por un artista antiguo, la deforma y la apaga al engastarla en una alhaja moderna. Así, el que sabe crear o trasladar felizmente la belleza poética de otros países y de otras edades, es una rara avis en el mundo moderno y más todavía en nuestro país. En la América del Sur, la poesía amorosa, como toda poesía, ha florecido bajo aquel cielo ardiente y luminoso, como floreció bajo el bello cielo de la Grecia, y ha sorprendido y sorprende todavía con todos los encantos de una riqueza original. Pero ¿qué mucho que allí se haya mostrado fecunda la Poesía, si aquella turba de admirables cantores ha ido a buscar nuevos acentos e inspiraciones nuevas en los rumores armoniosos de las selvas seculares, en las riberas de los ríos majestuosos, en la contemplación de sus montañas gigantescas coronadas por la nieve o por el humo de los volcanes, en la orilla de los mares solitarios, en el silencio solemne de las Pampas y en el fuego de las vírgenes morenas, de ojos negros, de boca de granada, de cintura cimbradora y de pie breve, que aman como gacelas y que odian como leonas.? El nacimiento de la poesía sudamericana ha sido un verdadero Génesis, y no la reproducción del arte antiguo implantado en el Nuevo Mundo. La libertad la hizo germinar en un suelo virgen, la fecundó el sol de los trópicos y la guerra la arrulló en su cuna con sus estrépito terribles y con sus himnos de gloria. Es fiera y original esa poesía sudamericana, y para estimarla en su justo valor es preciso considerarla como poesía primitiva, por más que su forma tenga algo de común con la poesía moderna. Así, aunque Andrés Bello haya cantado en lengua castellana la Agricultura De La Zona Tórrida, y haya manejado como un antiguo el plectro griego, en su lira no vibran los acentos de ningún poeta europeo; las Geórgicas mismas palidecen ante las mágicas bellezas de la Oda sublime, Horacio es tibio y raquítico, Lucrecio parece incompleto y las fantasmagorías de Píndaro bajan a ocultarse en el polvo de Olimpia. Bello no tiene ascendientes ni maestros en la poesía europea, y en cuanto a la lengua poética que usa, puede decirse de él también que ha dorado el oro y perfumado la rosa. Apenas si lo tiene en Hornero el cantor de Junín ; pero si en la voz del Hornero colombiano se escucha a veces una armonía semejante a la armonía antigua, esa semejanza debe buscarse solamente en la Ilíada y no en ningún poema épico de otra edad. Olmedo también es un patriarca. ¿Y Juan Carlos Gómez? Pues qué, ¿los alejandrinos del bardo oriental a La Libertad, o los cantos de dolor que resuenan en su arpa templada en la soledad melancólica de las pampas uruguayas, tienen algo de parecido en la poesía antigua o moderna? ¿Y José Mármol? El apostrofe a Rosas no se expresa con acentos conocidos en ninguna lengua. El poeta argentino los ha arrancado del huracán que agita las selvas de los Andes, del aliento destructor del Pampero, del ronco estruendo del Tequendama, de los tumbos del mar embravecido, del mugido pavoroso del Chimborazo y de la catarata de truenos de las tormentas americanas. Buscad la explosión de cólera fulminante de Mármol en la poesía antigua, y no la encontraréis. Los Rosas no han faltado en ninguna parte, pero la lira de ese gran poeta honrado no había sido dada por el numen a ningún mortal, ni aun a los profetas iracundos de Israel. Juvenal agitaba el látigo, pero no lanzó rayos jamás. Los poetas no se habían sentado nunca en el trono de Júpiter. Después de Mármol en América, Víctor Hugo ha lanzado en Europa apostrofes parecidos; pero antes que él, en vano sería escuchar el eco de las cóleras antiguas. ¿Y los cantores de amor? Los cantores de amor son también hijos de la virgen naturaleza americana, abrasada por el sol. Sus idilios tienen el aroma salvaje de las grandes florestas, el color del cielo inundado por la luz y el sabor de las frutas que destilan miel. Esos poetas no son plásticos solamente como los griegos, ni sensuales como los latinos, ni místicos como los trovadores, ni hiperbólicos como los árabes, ni libertinos como los franceses, ni sombríos como los alemanes. Son castos aunque ardientes, dulces aunque bravíos y conceptuosos, a pesar de su graciosa sencillez. La poesía amorosa sudamericana, es una poesía sui generis, mezcla singular de la fiereza galante española y de la dulzura melancólica del indio. Abigaíl Lozano, tiene por alma una sensitiva; sus elegías son quejas de paloma enamorada y escondida entre los bosques; Esteban Echeverría, el cantor de La Cautiva, es el soñador de las llanuras del desierto y del océano; Adolfo Berro, es el cantor de los dolores americanos; Acuña de Figueroa, traduce en sus cantos las armonías del pueblo oriental; Luis Domínguez, canta la majestad del Ombú, Ricardo Palma, las penas del pueblo de los Incas, y Jorge Isaacs, el dulce y triste historiador de María, así como ha encontrado a la Fatalidad antigua oculta entre las selvas del Cauca, ha encontrado también en ellas nuevos acentos de amor para Saúl. Pues bien; estos son, y otros muchos, los creadores de la poesía americana del Sur. Ellos han sabido ser originales, porque en vez de imitar palida y fríamente la manera poética europea, han buscado en su país de América y en su propio corazón, la fuente de sus inspiraciones. Los hablistas, los castizos, los gramáticos empeñados a toda costa en emparentar a los poetas sudamericanos con los poetas españoles, como se empeñaban a todo trance los frailes del siglo XVI en emparentar a los indios autóctonos con los judíos, encuentran sendos defectos de lenguaje en estos cantos de una poesía virgen y exuberante de juventud. Si meditaran un poco, comprenderían que los poetas sudamericanos han roto adrede las ligaduras de las reglas para crearse una lengua propia en que expresar sus pensamientos, en que dar nombre y cabida a los objetos de su país; la lengua debe reflejar la naturaleza, el espíritu y las costumbres de un pueblo, y la lengua española castiza era ya pequeña para reflejar la naturaleza, el espíritu y las costumbres de los pueblos americanos. Desde temprano la mezcla de las razas, el contagio de las lenguas y la necesidad o el hábito, dieron un caracter peculiar al idioma de estas naciones mezcladas, y en materia de lenguaje, ya se sabe que los pueblos no aguardan nunca el fallo de las Academias. . Ellos son sus propios legisladores y oráculos. Los pueblos americanos tuvieron su lengua, después tuvieron sus libertades y sus instituciones políticas, luego tuvieron su literatura. Asumieron su derecho en materia de nacionalidad y pudieron asumirla en materia de idioma. No ha procedido de otro modo España, después de que se ha ido emancipando de la dominación de los cartagineses, de los romanos, de los barbaros y de los árabes. No seguirá procediendo de otro modo al aceptar la invasión de los modismos científicos de la lengua alemana o de la lengua griega, de los modismos artísticos y literarios de la lengua francesa y de los modismos industriales de la lengua inglesa. Las lenguas castizas son estatuas modeladas en diferentes barros: ¿por qué no ha de formarse una en cada nación de la América latina? Los poetas sudamericanos la han levantado ya y la adoran. Por eso han sido y seguirán siendo originales. ¿Sabéis ahora por qué lo es también la obra de Manuel Flores? Porque el vate mexicano no es hijo de la vieja literatura europea. Desde su edad temprana, sintiéndose poeta, ensayando todavía sus primeros cantos, se encontró con los poetas que acabamos de mencionar y que eran nuestra lectura favorita en el círculo juvenil de Letrán. Allí pudo admirar a esta virgen que no se presentaba con los atavíos de cien civilizaciones muertas o decadentes, sino con los encantos nuevos de nuestra robusta naturaleza. Y entonces Flores que, siguiendo las inclinaciones de la juventud casi siempre propensa a imitar, pudo seguir las huellas de Espronceda o de Bermúdez de Castro (que a su vez seguían las de Goethe o de Byron), o las de Arolas o de Zorrilla, como lo hacían muchos jóvenes de su tiempo y como lo hacen hoy los del nuestro, imitando a Víctor Hugo, a Heine o a Becquer, se detuvo a pensar y pensó bien. Pensó que procediendo como procedían los poetas sudamericanos, esto es, buscando el quid divinum, no en escuela ninguna, sino en la inspiración libre del alma americana, en medio de los deseos, de las tristezas o de las aspiraciones de nuestro mundo social, encontraría la fuente de la originalidad que necesitaba para desencadenar su numen, se dejó arrebatar por él y fue poeta, como los poetas de la América del Sur, osado, extraño, original. Eso ha hecho pensar que su estilo poético participa de todas las escuelas, sin reproducir ninguna con su caracter peculiar. En efecto, la originalidad en literatura tiene algunas semejanzas con todo lo conocido. Pero justamente la vaguedad de estas semejanzas y la variedad infinita de ellas, prueba que no ha habido molde en la creación y que ella es hija de un caracter propio y fuertemente individual. Tales son los cantos amorosos de Flores y tales son también sus odas patrióticas, sus elegías desesperadas, sus sátiras pesimistas y hasta sus ligeros epigramas, que como una suave sonrisa alegran de cuando en cuando la fisonomía de sus versos, o encendidos por la pasión o nublados por una inmensa tristeza: ¡las sombras del ocaso del alma! Alguna vez el bardo mexicano va a tomar el pétalo de una rosa, pero sólo un pétalo de la ardiente copa del amor antiguo, para ponerlo en el borde de la suya; pero ya a tomarlo en la poesía primitiva, en la Pastoral De Sulem, entre los suspiros impacientes de la pasión virgen. Bésame con el beso de tu boca. Esa es una gota de esencia que se confunde en la esencia embriagadora del Cantar americano. Cuando Flores imita o traduce, lo expresa. Horacio, Dante, Shakespeare, Lessing, Víctor Hugo, Quinet, Alfredo de Musset, son extranjeros para nuestra lengua, pero Campoamor no; y cuando. Flores quiere, por descanso o por capricho, imitar una manera extraña y aplaudida como la Dolora, lo dice. Por lo demas, como traductor, es fiel, elegante, y en sus manos, lo piedra preciosa de que hablamos antes, adquiere mayor brillo. Las traducciones solas bastarían para darle un nombre, si el título primero para conquistarlo no consistiera en su propio talento. Como sus hermanos los americanos del Sur, también ha hecho su manera de hablar. Le reprochan dulcemente unos críticos, y son los más autorizados, y magistralmente otros, y son los menos literatos, algunos defectos de prosodia. Enhorabuena. Manuel Flores los comete también de propósito, porque consistiendo en la manera de computar los diptongos, no se necesita de mucha ciencia prosódica para conocerlos y para evitarlos. Pero el poeta quiere hablar la lengua de México, y lo singular del caso es que los mexicanos leen sus versos como él quiere, y el ritmo y la cadencia suenan bien. Yo no justifico estos defectos, y siento que Flores se obstine en ellos. ¡Líbreme el cielo, además, de incurrir en la cólera de los puristas! Pero no me indigno ante pequeñeces pueriles, y sobre todo, me agrada más la grandeza virgen de las selvas y de las montañas, que la simetría recortada de los jardincillos ingleses y que la figura grotesca de los montículos artificiales. La belleza poética hace olvidar el defecto prosódico. ¡Quién sabe si fue puro el hebreo del Cantar De Los Cantares! El exegeta Kuenen ha probado que las profecías de Daniel estaban inficionadas de caldaico; el Dante corrompió el italiano para crear la lengua poética, como Lutero el alemán para traducir la Biblia; la aljamía endulzó los primeros versos castellanos, como el dialecto bajo hizo enérgicas las expresiones de Shakespeare y armoniosas las frases de Cervantes. Los cantos de Netzahualcóyotl tenían seguramente las inflexiones tetzcocanas, que eran impurezas en la lengua de los méxicas. ¿Quién pide ortografía a los Eddas, la medida italiana a las baladas del Norte y el ritmo latino a las coplas de Jorge Manrique? Pero no es necesario decir tanto. La armonía de los versos de Flores desaparece ante la magia de su ardiente poesía, pero encanta por sí sola. Los tropiezos prosódicos son pocos y en los labios mexicanos son ningunos. Cuando un gramático habla de ellos a una dama o a un joven, éstos sonríen graciosamente y recitan con delicia las coplas. ¡He aquí la poesía!... Ella sola, ella es la aureola que rodea esa frente, hoy pálida, abatida y enferma de pesar y de amor; ella es el consuelo único de ese espíritu en que se han apagado uno a uno los luceros de la esperanza, como se van apagando ante los ojos del poeta los astros del cielo; ella hará su nombre inmortal y querido en la patria mexicana y donde quiera que palpite un corazón sensible. Ignacio M. Altamirano. México, noviembre 25 de 1882. Referencias http://www.los-poetas.com/i/floresbio.htm

B. H. Fairchild

B.H. Fairchild (born 1942) is an American poet and former college professor. His most recent book is Usher (W.W. Norton, 2009), and his poems have appeared in literary journals and magazines including The New Yorker, The Paris Review, The Southern Review, Poetry, TriQuarterly, The Hudson Review, Salmagundi, The Sewanee Review. His third poetry collection, The Art of the Lathe, winner of the 1997 Beatrice Hawley Award (Alice James Books, 1998), brought Fairchild’s work to national prominence, garnering him a large number of awards and fellowships including the William Carlos Williams Award, Kingsley Tufts Poetry Award, California Book Award, Natalie Ornish Poetry Award, PEN Center USA West Poetry Award, National Book Award (finalist), Capricorn Poetry Award, and Rockefeller and Guggenheim fellowships. The book ultimately gave him international prominence, as The Way Weiser Press in England published the U.K. edition of the book. The Los Angeles Times wrote that “The Art of the Lathe by B.H. Fairchild has become a contemporary classic—a passionate example of the plain style, so finely crafted and perfectly pitched... workhorse narratives suffused with tenderness and elegiac music.” Fairchild has written that a fellowship from the National Endowment for the Arts was vital to his career as a poet: "It’s very simple: without an NEA Fellowship in 1989-90, I would not have been able to complete my second book, Local Knowledge, nor have had the necessary time to compose the core poems for The Art of the Lathe, my third book, which, I am proud to say, received the Kingsley Tufts Award and was a finalist for the National Book Award, thus bringing my work to a wider audience than the immediate members of my family and also, therefore, making future work possible.” He was born in Houston, Texas, and grew up in small towns in the oil fields of Oklahoma, Texas, and Kansas, later working through high school and college for his father, a lathe machinist. He taught English and Creative Writing at California State University, San Bernardino and Claremont Graduate University. He lives in Claremont, California with his wife, Patti, and dog, Minnie. As of 2011, it has been announced that Fairchild will teach at The University of North Texas. Books * Full-Length Poetry Collections * The Blue Buick: New and Selected Poems (W. W. Norton, 2014) * Usher (W. W. Norton, 2009) * Local Knowledge (W. W. Norton, 2005, second edition) * Early Occult Memory Systems of the Lower Midwest (W. W. Norton, 2003) * The Arrival of the Future (Alice James Books, 2000, second edition) * The Art of the Lathe (Alice James Books, 1998) * Local Knowledge (Quarterly Review of Literature, Princeton, NJ, 1991) * The Arrival of the Future (illustrated by Ross Zirkle, Swallow’s Tale Press, 1985; Livingston Publishing, 1985) * Chapbooks * The System of Which the Body Is One Part (State Street Press, 1988) * Flight (Devil’s Millhopper Press, 1985) * C & W Machine Works (Trilobite Press, 1983) * Special Editions * Trilogy, with an introduction by Paul Mariani and engravings by Barry Moser. (Pennyroyal Press, 2008) * Literary Criticism * Such Holy Song: Music as Idea, Form, and Image in the Poetry of William Blake (Kent State University Press, 1980) Honors and awards * 2015 The Paterson Poetry Prize * 2015 The Blue Buick, one of two books of poetry chosen for the RUSA/ALA Notable Books List * 2014 John William Corrington Award for Literary Excellence from Centenary College * 2014 Pushcart Prize in Poetry for “The Story” * 2011 Pushcart Prize in the Essay for “Logophilia” * 2010 Best of the Net Award for “The Student Assistant” * 2009 Pushcart Prize in Poetry for “Frieda Pushnik” * 2007 University of Kansas Distinguished Achievement Award * 2005 Lannan Foundation Residency in Marfa, Texas * 2005 Gold Medal in Poetry, California Book Awards * 2005 Aiken Taylor Award for Modern American Poetry * 2005 National Endowment for the Arts - Literature Fellowship in Poetry * 2004 Bobbitt National Prize for Poetry * 2002 Arthur Rense Poetry Prize, from the American Academy of Arts and Letters * 2002 National Book Critics Circle Award, for Early Occult Memory Systems of the Lower Midwest * 2001 The Frost Place poet in residence * 2000 Rockefeller Fellowship * 1999 Guggenheim Fellowship * 1999 William Carlos Williams Award * 1999 Kingsley Tufts Poetry Award * 1999 California Book Award * 1999 Natalie Ornish Poetry Award * 1999 PEN Center USA West Poetry Award * 1998 Finalist, National Book Award * 1997 Beatrice Hawley Award * 1996 Capricorn Poetry Award * 1988 National Endowment for the Arts - Literature Fellowship in Poetry * Walter E. Dakin Fellowship to the Sewanee Writers Conference * National Writers’ Union First Prize * AWP Anniversary Award References Wikipedia—https://en.wikipedia.org/wiki/B._H._Fairchild

Augusto Ferrán y Forniés

Augusto Ferrán y Forniés (Madrid, 27 de julio de 1835, - Madrid, 2 de abril de 1880), poeta español del Postromanticismo. Hijo de padres acaudalados, era de ascendencia catalana por su padre, Adriano, un barcelonés incinado a la pintura, y aragonesa por su madre, Rosa, oriunda de Pallaruelo, Huesca. La empresa familiar consistía en un taller de molduras doradas en Madrid. Su padre se marchó a La Habana buscando mayor fortuna y Augusto comenzó estudios secundarios en el Instituto del Noviciado. Su formación se completó con un fructífero viaje a Alemania (Múnich, Estrasburgo, Heidelberg), pasando por París, lo que le permitió conocer la poesía de Heinrich Heine y los lieder de Franz Schubert, Felix Mendelssohn-Bartholdy y Robert Schumann; parece ser que también se dio a la bebida. En 1859 falleció su madre y regresó a Madrid; allí creó una revista, El Sábado, con el fin de divulgar la lírica germánica, que duró poco; sin embargo eso le permitió conocer y amistar con el folletinero Julio Nombela. Con este fundó otra efímera revista, Las Artes y las Letras. En 1860 viajó a París con Nombela, pero las dificultades económicas y su ruina a causa de su prodigalidad, que le hicieron caer en manos de usureros, le hicieron volver a Madrid, donde Nombela le presentó a su amigo Gustavo Adolfo Bécquer, con quien enseguida sintonizó. A fines de 1861 El Museo Universal publicó sus Traducciones e imitaciones del poeta alemán Enrique Heine y algunos de sus cantares en su Almanaque de 1863. Ingresó como redactor en El Semanario Popular, que se convirtió en la plataforma para la difusión de Heine en España. En 1861 ya había aparecido su libro La soledad, en cuya primera parte reproducía algunos cantares populares de la lírica tradicional que en la segunda compuso originales, imitando su estilo e inspiración. Son temas recurrentes en estas últimas coplas la búsqueda de soledad para huir de un mundo hostil, la oposición entre pobres y ricos, el paso del tiempo, la angustia existencial y el amor. El libro recibió una entusiasta crítica firmada por Gustavo Adolfo Bécquer, que fue añadida como prólogo en ulteriores ediciones. Creó, pues, con el cercano precedente de Antonio de Trueba y su Libro de los cantares de 1852, y junto a Eulogio Florentino Sanz, también traductor de Heine, y su amigo Gustavo Adolfo Bécquer, una poesía popularista centrada en los cantares y al mismo tiempo deudora del postromántico alemán Heinrich Heine. Siguiendo el ejemplo de estos autores inspirados en el volkgeist nacional se añadieron además Terencio Thos y Codina (Semanario Popular, 1862-1863), Rosalía de Castro (Cantares gallegos, 1863), Ventura Ruiz Aguilera (Armonías y cantares, 1865), Arístides Pongilioni y Villa (Ráfagas poéticas, 1865), Melchor de Palau (Cantares, 1866) y José Puig y Pérez (Coplas y quejas, 1869). Esta escuela desembocará en el Neopopularismo de la Generación del 27. Pasó parte de 1863 en el Monasterio de Veruela, que había visitado en anteriores ocasiones. Durante algún tiempo residió en Alcoy, donde dirigió el Diario de Alcoy (1865-1866), pero volvió a la capital, quizá para colaborar en La Ilustración de Madrid, que en 1868, año de la revolución, dirigía Bécquer. Muerto el poeta sevillano, trabajó en la edición póstuma de sus Obras (1871) junto a Ramón Rodríguez Correa y Narciso Campillo. En el mismo año apareció su segundo libro de cantares, La pereza, que recoge el anterior con algunas supresiones, y varios artículos periodísticos. Es un libro de similar métrica popular, pero posee una mayor variedad, porque además de las coplas se utilizan soleás, seguidillas y seguidillas gitanas. Los temas son similares, pero se supera el folclorismo de su libro anterior. De este libro le gustaba en especial a Juan Ramón Jiménez este poema, que más de una vez quiso citar: Eso que estás esperando día y noche, y nunca viene; eso que siempre te falta mientras vives, es la muerte. En 1872 o 1873 emigró a Chile, donde se dedicó al comercio de libros y, según Nombela, se casó. Poco después de su regreso, en enero de 1878 el alcoholismo del poeta le obligó a ingresar en el manicomio de Carabanchel (Madrid), donde murió el 2 de abril de 1880 a los 45 años de edad. La poesía de Ferrán supuso una ruptura con el tono declamatorio hasta entonces cultivado y del cual es figura representativa Quintana. Es un registro mucho más cercano al lenguaje oral; la forma adelgaza y se persigue un contenido intimista o francamente sentimental que se apoya en los valores de lo breve y sugerido. Esta línea será seguida por poetas tan importantes como Bécquer, Machado o Juan Ramón Jiménez. En prosa publicó traducciones del alemán y algunas leyendas. Sus traducciones de Heine aparecieron en El Museo Universal (1861), en El Eco del País (1865) y en La Ilustración Española y Americana (1873). En ellas suele utilizar las mismas combinaciones de heptasílabos y endecasílabos que utiliza Bécquer. También tradujo el famoso prefacio de Heine a la traducción del Don Quijote. En cuanto a las leyendas, "Una inspiración alemana" describe la historia de los sucesivos amoríos frustrados de un poeta, que se refugia en el recuerdo y se plantea el suicidio. En "El puñal" se cuenta la fundación mítica del monasterio de Veruela. En "La fuente de Montal" un crimen se descubre milagrosamente a través de una fuente. Poesía * La soledad (1861) * La pereza (1871) Prosa * "Una inspiración alemana", en Revista de España, (marzo de 1872). * "El puñal", leyenda pubicada en El Museo Universal de 1863. * "La fuente de Montal" (1866) Wikipedia Wikipedia - http://es.wikipedia.org/wiki/Augusto_Ferrán

Andrés Fernández de Andrada

Fue capitán del ejército español y estuvo en México, donde murió en la más absoluta pobreza, e ignorado de todos. Se le conoce fundamentalmente como autor de una obra que figura en todas las antologías de poesía clásica española por su perfección, la Epístola moral a Fabio, cumbre de la epístola horaciana en España. Sus fuentes literarias vienen del Antiguo Testamento, Séneca y Horacio y representa el espíritu de tradición senequista y de ascetismo cristiano en España, invitando a la resignación de una vida en "aurea mediocritas" o "dorada medianía" y reflexionando sobre la brevedad de la vida y la condición humana. La autoría del poema ha sido demostrada modernamente, por más que se atribuyera en principio a otros poetas de la época como Bartolomé Leonardo de Argensola o Francisco de Rioja. El primero en atinar con el verdadero escritor del poema fue Adolfo de Castro en un trabajo publicado en 1875, y Dámaso Alonso lo confirmó muchos años después con nuevos datos. El destinatario del poema en tercetos encadenados fue el corregidor de la ciudad de México Alonso Tello de Guzmán, deseoso de pretender cargos en la Corte, y le invita a la búsqueda de la virtud, la resignación y el "áureo equlilibrio", cantado ya por Horacio y Fray Luis de León en sus poesías. El poema se desarrolla con un visible ritmo bimembre, recurriendo al artificio del braquistiquio para destacar el significado de las palabras importantes. Referencias Wikipedia - http://es.wikipedia.org/wiki/Andrés_Fernández_de_Andrada

Kathleen Faragher

Kathleen Faragher (1904–1974) was the most significant and prolific Manx dialect author of the mid twentieth century. She is best known for her poems first published in the Ramsey Courier and collected into five books published between 1955 and 1967. She was also a prolific short story writer and playwright. Her work is renowned for its humour born of a keen observation of Manx characters, and for its evocative portrayal of the Isle of Man and its people. Life Kathleen Faragher was born in 1904 in Ramsey, Isle of Man, to Joseph and Catherine Anne Faragher, owners of a grocer and provision merchant business on Approach Road. Kathleen was the youngest of five children: Laurence (who died in Gibraltar in 1944 during WWII), Fred (later manager of Martin’s Bank, Peel), Joseph (who took over the family business but died in 1946), Evelyn (who emigrated to Auckland, New Zealand, where she died in 1949) and herself. Kathleen Faragher was raised in Ramsey until about 1924, when she moved to London to take up a business career. After 25 years working in London, ill-health forced her into early retirement, whereupon she returned to live on the Isle of Man in October 1949. Faragher lived first in Ramsey but eventually moved to Maughold, finally coming to live near to the Dhoon Church in Glen Mona. Poetry Faragher’s first poem, 'Blue Point’, was published in the Ramsey Courier on 14 October 1949. The poem was written whilst in Kent and sent to the paper, who surprised Faragher in accepting it, although it was not published until she had returned to live on the island. This poem was different in style to Faragher’s subsequent work and it was only published in her third book of poetry, Where Curlews Call, in 1959, by which time it had been substantially rewritten. Her next poem, 'Maughold Head’, was published at the start of February 1950, after which her poems were published regularly in the Ramsey Courier. Her first published poem in the Anglo-Manx dialect was 'A Lament’, which appeared in September 1950. Her poems were quickly picked up as special evocations of the Isle of Man and they were recited at meetings of Manx Societies in England alongside poems by the Manx National Poet, T. E. Brown, as early as November 1951. Her poems, 'Maughold Head’ and 'In Exile’, were set to music by C. Sydney Marshall and had been cut to record by February 1960. Her first book of poems, Green Hills by the Sea, was published in February 1955 by The Ramsey Courier Ltd. The book’s title is a reference to the popular song, 'Ellan Vannin’, composed from a poem by Eliza Craven Green. The book was described as displaying Faragher’s “deep insight into Manx feelings and a nostalgic love of the old folk and ways” by George Bellairs. The collection opened with 'Land of My Birth’, which she described as “the greatest compliment she can pay to the Manx people” and with which she usually ended her recitals. I love this purple-misted Isle, This land where I was born. The gorse-clad hills and bracken tops, The fields of waving corn. [...] But best of all I love to hear The gentle, lilting voice Of kindly Manx folk greeting me: It makes my heart rejoice, To feel once more the friendly hand, To hear the welcome warm, To look into each smiling face And know I have come home. Her second collection, This Purple-Misted Isle, was published in October 1957. The title was another reference to her forebears of Manx literature, this time to T. E. Brown, a reference continued within the collection with Faragher’s 'The Immortal “Kitty”' paying homage to Brown’s 'Kitty o’ the Sherragh Vane’ from his Fo’c’s’le Yarns. The collection had a Foreword by the Lieutenant Governor, Ambrose Flux Dundas. It proved to be very popular, having to be reprinted by the end of the year, and by the end of 1959 a third print had also almost sold out. This collection included 'The Homecomer’, which displays her distinctive Anglo-Manx conversational style: [...] “It isn’ me dyin’ that I min’, boy,” She said as she sat by her bed; “I’d go peaceful if it wasn’ for thinkin’ Ye’ll be managin’ so maul when I’m dead.” An’ Billy sthroked her cheek– so the tale goes – An’ whispered all lovin’ an’ low, “Dunt be grievin’, Nellie Kate; theer’s no need to gel, To worry about me when yer go! For theer’s the nices’ li’l wumman in Laxaa That I’ve had me eye on this las’ bit; She’ll look after me well, I can tell yer, So take yer res’, Nellie Kate, an’ dunt fret!” My gough! She gorrup from that bed theer Like an arra shot straight from the bow! Ay! an’ Billy himself was years buried ‘Fore herself in the en’ had to go! [...] By 1959 Faragher’s poems had been heard on BBC Radio a number of times, recited both by herself and by others. It was in October of that year that her third collection was released, Where Curlews Call, bearing a perceptive Preface by Sir Ralph Stevenson: “Our mother tongue has been overlaid by a stereotyped accent [...]. The Manx lilt [...] is all too rapidly fading. She does her best in these poems to keep it alive and at the same times gives a warm and human picture of our farms and crofts and the kindly folk who live in them. For this, if for nothing else, she has earned our gratitude.” Her subsequent collections of poetry were These Fairy Shores (1962) and English and Manx Dialect Poems (1967). Faragher’s poems can be predominantly categorised into two types: light-humoured dialect vignettes or lyrical descriptions of the Isle of Man. Her poems are distinctive in Manx literature in being prevailingly from or of a female perspective and based within the family or home environment. Theatre and prose As early as 1951 Faragher had been experimenting with extending her conversational monologue Anglo-Manx poems into theatrical dialogues for performance. In 1964 four such 'character sketches’ were published as Kiare Cooisghyn. As was distinctive of her dialect poetry, all of these pieces were written for middle-aged or elderly female characters and used a very tender humour born of a close observation of Manx character. Something of this is shown in the first 'duologue’ from the collection, 'The Caffy’ in which two women discuss the new café in town: [...] Mrs K. An’ what like was the china? Gran’ mighty I suppose? Mrs C. Aw! somethin’ awful that was! Rale indacent, in fac’. A whole lorra naked childher flyin’ about on the plates shootin’ bows an’ arras. Mrs K. Aw! them 'ud be l’il Cupids. Mrs C. Li’l Cupids? Li’l divils, more like! Why wan o’ them was the dead spit o’ that young dirt Kermid’s yandher! Ay! skeetin’ up at me through the gravy he was– enough to turn yer! [...] She came to concentrate on prose towards the end of her life, publishing By The Red Fuchsia Tree in 1967, a collection of short stories interspersed with reprints of poems from her earlier collections. This was followed by a long series of short dialect stories published under the pseudonym, “Kirree Ann”, in the Ramsey Courier at a rate of almost one a week over the last two years of her life. This output of nearly 100 short stories makes her the most prolific Manx short story writer of the twentieth Century. Death and legacy Kathleen Faragher died in 1974, on the same day as her final story was published in the Ramsey Courier. She was buried in the family plot in Maughold churchyard, a graveyard also associated with other important Manx writers such as T. E. Brown, Hall Caine, Cushag and William Kennish. Six years after her death, her friend, Constance Radcliffe, the leading authority on the local history of Ramsey and Maughold, wrote of Faragher’s work that: “In all her works she expressed her affection for a Manx way of life which has only just disappeared, her kindly humour based on acute observation of people’s idiosyncrasies, and her deep and abiding love of the island itself.” Her work continues to be popularly performed in recitals on the Isle of Man, despite none of her books having been republished after her death, and her “Kirree Ann” stories having never been collected. In 2015 a project to record the memories of those who knew and remember Faragher was launched. Funded by Culture Vannin, it is envisioned to tie in with the Culture Vannin oral history programme, but also to reach more widely to collect unpublished works, memorabilia or other artefacts that might be uncovered. In introducing the initiative, the project organiser gave an estimation of Faragher’s work in relation to Manx literature: “the importance of her work to the Isle of Man would be hard to overestimate. It would be a tragedy for Manx culture if we did not do everything in our power to preserve all we can of her memory.” Publications * Green Hills by the Sea. Ramsey: The Ramsey Courier Ltd. 1954. * This Purple-Misted Isle. Ramsey: The Ramsey Courier Ltd. 1957. * Where Curlews Call. Ramsey: The Ramsey Courier Ltd. 1959. * These Fairy Shores. Ramsey: The Ramsey Courier Ltd. 1962. * Kiare Cooisghyn. Ramsey: The Ramsey Courier Ltd. 1964. * English and Manx Dialect Poems. Douglas: Norris Modern Press. 1967. * By The Red Fuchsia Tree. Douglas: The Norris Modern Press. 1967. References Wikipedia—https://en.wikipedia.org/wiki/Kathleen_Faragher

Ramiro Fonte Crespo

Ramiro Fonte Crespo, (Puentedeume, 1957 - Barcelona, 11 de octubre de 2008), fue un escritor de Galicia, España, en lengua gallega. Licenciado en Filosofía y Letras y profesor de Lengua y Literatura Gallegas, fue poeta, narrador, ensayista, crítico literario y estudioso de la literatura gallega. Fue uno de los fundadores del colectivo poético Cravo Fondo (1977). Como narrador se dio a conocer en 1986 con el relato "O retornado" (en castellano, "El retornado"), Premio Modesto R. Figueiredo. Fue miembro correspondiente de la Real Academia Gallega. En los últimos años de su vida fue director del Instituto Cervantes en Lisboa. Poesía * As cidades da nada, 1983. * Designium, 1984. Premio de la Crítica de Galicia y Premio Antón Losada Diéguez de creación. * Pensar na tempestade, 1986. * Pasa un segredo, 1988. Premio de la Crítica de poesía gallega * As lúas suburbanas, 1991. * Adeus norte, 1991. Premio Esquío de poesía. * Luz do mediodía, 1995. * Persoas de amor, 1995. * O cazador de libros, 1997. * Mínima moralidade, 1998. Premio Miguel González Garcés * Capitán Inverno, 1999. * A rocha dos proscritos, 2001. Narrativa * Catro novelas sentimentais, 1988. * As regras do xogo, 1990. * Aves de paso, 1990. * Os leopardos da lúa, 1993. * Soños eternos, 1994. * Os meus ollos, 2003. * Os ollos da ponte, 2004. * A ponte nos ollos, 2007. Ensayo * Fermín Bouza-Brey e a súa obra literaria, 1992. En antologías y obras colectivas * Ámbito dos pasos, 1997. * "Iluminacións danubianas" en Caderno de viaxe, 1989. * "Razóns para matar a Martíns" en O relato breve. Escolma dunha década, 1990. Poemas musicados * El guitarrista y compositor Víctor Aneiros musicaliza el poema Na barra, en su álbum “Heroe Secreto” 2008. * En su álbum Brétemas da Memoria 2010, musicaliza 7 poemas de Ramiro Fonte: Vida bohemia, Sombras de Compostela, Autor de westerns, Máis alá, Un tute á morte, Cabina telefónica (Lupanar de cristal) y Rita Hayworth (Sirenas da policía). Referencias Wikipedia - http://es.wikipedia.org/wiki/Ramiro_Fonte

Juan Pablo Forner

Juan Pablo Forner y Segarra (Mérida, Extremadura, 17 de febrero de 1756 - Madrid, 16 de marzo de 1797), escritor ilustrado español. De familia valenciana, se educó con su tío por parte materna, el filósofo ecléctico valenciano, lógico y famoso médico Andrés Piquer. Estudió leyes en las universidades de Madrid y Toledo y fue profesor de jurisprudencia en Salamanca. La protección de Manuel Godoy le valió ser nombrado fiscal del crimen de la Audiencia de Sevilla (1790) y del Consejo de Castilla (1796). La Real Academia Española premió su Sátira contra los vicios introducidos en la Poesía por los malos poetas en 1782. Fue hombre erudito, amigo de la polémica y la sátira y de amplios recursos dialécticos, e hizo objeto de sus burlas a casi todos sus contemporáneos usando distintos pseudónimos. Picado de vanidad y cierto engreimiento, se mostró particularmente envidioso y la tomó en especial contra Tomás de Iriarte, Vicente García de la Huerta, Francisco Sánchez Barbero, José de Vargas Ponce, Cándido María Trigueros y León de Arroyal, entre otros, contra quienes lanzó dicterios en sátiras personales; sus diatribas alcanzaban tal virulencia que hubo de publicarse un decreto prohibiéndole publicar nada sin autorización real. Fue un apasionado nacionalista y por eso defendió la cultura española en su respuesta al despreciativo juicio de Masson de Morvilliers en la Enciclopédie Méthodique (1782): "¿Qué se debe a España?". La realizó por encargo y a expensas del Conde de Floridablanca, con el título de Oración apologética por la España y su mérito literario (1786); esto le valió la parodia Pan y Toros de León de Arroyal y las chuflas de otros ilustrados que le motejaron de excesivo apego a los poderosos. Murió en 1797, cuando iba a ser nombrado presidente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Polémicas La impaciencia por darse a conocer en el mundo de las letras y su carácter agresivo le lanzaron a su primera polémica contra Iriarte. La Real Academia Española convocó en 1778 un concurso para premiar una égloga en alabanza de la vida del campo. La Academia otorgó el premio a la égloga «Batilo», de Meléndez Valdés, muy joven entonces, y el accésit a Tomás de Iriarte, famoso y consagrado ya. Herido en su vanidad, Iriarte compuso unas «Reflexiones» sobre la égloga de Meléndez. Forner, que en sus años de Salamanca había contraído gran amistad con Meléndez, aprovechó la ansiada ocasión para salir de su oscuridad literaria respondiendo a un hombre como Iriarte, entonces en la cima de su fama. Redactó, pues, Forner, su Cotejo de las églogas que ha premiado la Real Academia Española. Cuando Iriarte publicó sus Fábulas literarias, muchas de las cuales se habían ya divulgado en copias manuscritas, Forner se lanzó decididamente al ataque publicando un folleto titulado El asno erudito, fábula original, obra póstuma de un poeta anónimo. El folleto, que fue publicado en Madrid en 1782, se reimprimió en Valencia en el mismo año. La obrita consta de un prólogo en prosa, del editor, y sigue luego la fábula en metro de silva. Las alusiones, apenas veladas, a Iriarte son numerosísimas y muchas de tipo personal. La sátira de Forner hizo bastante ruido, a pesar de que los Iriarte se esforzaron por hacer desaparecer la edición. Don Tomás de Iriarte contestó a Forner casi inmediatamente con otro folleto a modo de carta. La respuesta de su adversario irritó a Forner que contrarreplicó violentamente con un nuevo escrito, Los gramáticos. Historia chinesca (1782). La segunda parte del título se justifica porque la acción alegórica que sirve de soporte al libro sucede en la China, y los diversos personajes son transposiciones de los Iriarte y del propio Forner: Pekín simboliza a España, y Japón simboliza a Francia. He aquí la acción en resumen: un joven chino, Chao-Kong (don Juan de Iriarte), es nombrado preceptor del hijo de un noble después de haber estudiado con los bonzos del Japón; a pesar de su corta ciencia logra encumbrarse, y una vez situado en la corte imperial llama a sus dos sobrino. Uno de ellos, Chu-su (Tomás de Iriarte) es adiestrado por su tío en el arte de ser poeta y de parecer sabio sin serlo. Un joven, acabado de llegar a la corte –doble de Forner, en este caso- publica un folleto llamando asno a Chu-su. Kin-Taiso le persuade a que haga un viaje a Europa en compañía de un filósofo español amigo suyo. En Madrid se entera de una disputa entre dos literatos españoles, muy semejante a lo que acaba de sucederle a él mismo, y se entera de la pésima calidad de las obras de don Tomás de Iriarte, a quien se había propuesto imitar. Con ello queda persuadido de su propia ignorancia y regresa a su país para estudiar y corregirse de su petulancia. Quizás la más ruidosa publicación de Forner fue la ya citada Oración apologética. En 1782 apareció en la Encyclopédie Méthodique un artículo sobre España, escrito por Nicolas Masson de Morvilliers, en el cual se hacía esta pregunta: «¿Qué se debe a España?». La Academia Española, arrastrada por la presión de los «patriotas», anunció como tema de su concurso anual una «apología» de la nación. La obra de Forner, Oración apologética por la España y su mérito literario, fue publicada a cuenta del Estado. Forner parecía, en efecto, la persona adecuada para responder al «impertinente» francés (que, en realidad, quería ayudar a los ilustrados españoles para impulsar sus Luces); pero como su agresivo polemizar lo había enfrentado con medio mundo, atrajo sobre su causa a todos los enemigos que lo eran de su persona. La fama más sólida y duradera de Forner está vinculada a dos obras: el Discurso sobre el modo de escribir y mejorar la historia de España y las Exequias de la lengua castellana. En el Discurso, Forner echa los cimientos de una verdadera teoría estética de la Historia. Traza un paralelo entre la Historia y la Poesía para deducir cuál debe ser la forma esencial de aquella. Las Exequias de la lengua castellana, que su autor subtituló «Sátira menipea» por ser mezcla de prosa y verso, permaneció inédita, como otras muchas obras de Forner, hasta que Valmar la incluyó en sus Poetas líricos del siglo XVIII. Las Exequias son una ficción alegórica del género de La Republica Literaria o La derrota de los pedantes. Con ocasión de un viaje al Parnaso, el autor traba contacto con diversos personajes, escritores famosos los más, y recorren casi todo el campo de nuestra literatura emitiendo juicios sobre los clásicos y repetidas ironías contra los modernos, defiende con pasión las glorias pasadas y la emprende implacablemente contra los corruptores de la lengua, a la que estima ya en trance de muerte entre desatinados galicistas y dómines pedantes, que continúan sirviéndose de un bárbaro latín. Teoriza además sobre los diversos géneros literarios, y tampoco pierde ocasión de disparar pullas contra instituciones y clases sociales. La mayor parte de su obra literaria fue publicada después de su muerte y se ha conservado gracias a que le regaló una colección manuscrita al pacense Manuel Godoy, valido de Carlos IV y primer ministro desde 1792 hasta 1808. Valoración El libro del hispanista François Lopez —Juan Pablo Forner y la crisis de la conciencia española en el siglo XVIII (Junta de Castilla y León, 1999)— es la referencia inexcusable para conocer su trabajo, su valor, su alcance en general. Juan Pablo Forner, en principio, aparece como un reaccionario, y había concitado odios de otros ilustrados. Pero, François Lopez, redescubrió o fue ahondando en lo que había atisbado José Antonio Maravall: que Forner era un hombre complejo y contradictorio aunque, en definitiva, fue un ilustrado cabal y seguramente más lúcido que otros. De hecho, resume bien la mentalidad de un grupo muy brillante o resume una época renovadora y de crisis como la española de ese tiempo: finales del siglo XVIII. Es más, la publicación reciente de su inédito Discurso sobre la tortura (1990), con larga introducción de edición de Santiago Mollfulleda, pone en evidencia su preocupación por sus inquietudes sociales y políticas, con posiciones claramente ilustradas. Como magistrado, escribe aquí su empeño por desterrar la tortura con la misma pasión que aparecía en otros trabajos suyos. Obras * Obras de don Juan Pablo Forner recogidas y ordenadas por D. Luis Villanueva, Madrid: Imp. La Amistad, 1843. * Sátira contra los vicios introducidos en la poesía castellana, premiada por la Real Academia Española, Madrid: Ibarra, 1783. * Oración apologética por la España y su mérito literario (1786) * Discurso sobre el modo de escribir y mejorar la historia de España * Exequias de la lengua castellana. * El asno erudito. Fábula original, obra póstuma de un poeta anónimo. Publicada por Pablo Segarra Madrid: Imprenta del Supremo Consejo de Indias, 1782. Contra Tomás de Iriarte. * Los gramáticos. Historia chinesca (1782), Clásicos castellanos, 1970, prólogo de José Jurado. Contra Tomás de Iriarte. * Discurso sobre la tortura, edición de Santiago Mollfulleda. Barcelona: Crítica, 1990. * La corneja sin plumas (1795), contra Vargas Ponce. * Carta de don Antonio de Varas, contra Trigueros. * Reflexiones sobre la "Lección crítica" que ha publicado don Vicente García de la Huerta. Las escribía en vindicación de la buena memoria de Miguel de Cervantes Saavedra Tomé Cecial, ex-escudero del bachiller Sansón Carrasco. Madrid: Imprenta Real, 1786. Referencias Wikipedia - http://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Pablo_Forner




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