Soy el desgraciado
de incierta escucha por tener la vista cierta
Soy el desgraciado de escucha incierta por la cierta vista. La claridad de mis ojos me hacen ver no más allá de mis cristales. Empañados pedazos oblicuos. De tales vidrios ha sido la desgracia de mis cortadas. Tengo coartadas, claramente. Tampoco es que tenga algún as bajo la manga. Lo que pasa es la gracia arando sobre mí. Arando en mi, arándome... mirándome: La gracia me mira. Y a ella, que no le simpatiza ser vista.
Cuando la ví, debí haber sabido que no era mía. Nunca y jamás, la dicha sería mía. Ella es de la vida. Y yo, de mí soy. Tan solo mío el deber de ser no menos de mí, tan sola la responsabilidad mía de no ser más de mi. O si ser. Nunca será esta la cuestión.
La cuestión es que ser pueril no es lo mismo que vivir pueril. Reduzcamos que ser es decir, que vivir es hacer. Hacer y no nacer, porque ya existimos muchos que nacemos y no hacemos. Al menos escribir será lo mío, pero ¿hacer la escritura? ¿Quién la hizo? ¿Quién la leyó?
Lo incorrecto es sucumbir frente al cómo se halló. Yo insisto, más de lo que resisto, sobre las incertidumbres que se escuchan tanto dentro como fuera mío. Las dejo ser, eso sí, porque soy más provisto a doler en mi ser; a que me ardan los ojos del llanto y a que se me tapan los oídos cuando a las verdades les canto. Y no un épico canto, ni muchísimo menos un trágico decantando. ¡Qué tragedia los dulces amargos! ¿¡Qué es la hiel sin su miel ésta, la mía de ser!?
