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El acosador del metro

Cuando no es lo que parece ser

1ª   parte
               
El bono metro se le había atascado en el bolsillo do la chaqueta, la correa de la cartera que colgaba de su hombro hacia que fuera difícil manipular para extraer el pase del bolsillo. Por fin, des pues de haberse parado y sujetar la cartera entre las piernas, lo que le hizo adoptar una pose más que ridícula, consiguió sacar el imprescindible documento que le permitía acceder al andan. Al agachar la cabeza para buscar el asa de la cartera, la vio con el rabillo del ojo; su vista desistió de la trayectoria del asa y, como atrapada por la influencia de un imán, quedó enganchada en la silueta de ella.
Su mente se disparo, se atropellaron los pensamientos y no conseguía lijarlos con racionalidad. Las largas piernas y las nalgas de la mujer impedían el funcionamiento lógico de aquella mente, que, en condiciones normales, era capaz de razonar a una velocidad de vértigo. Accedió el paso tras la preciosa mujer, hasta llegar a hacer creer a esta, que sus intenciones no eran buenas. No logro ponerse a su altura antes de llegar a la subida de las escaleras mecánicas y, tal lugar, no lo considero adecuado para decirle nada. Esperar al final de la subida, ponerse a su altura y abordarla con cualquier excusa, era lo más prudente. Mientras esto ocurría, ella, temerosa ya de las precipitaciones de él, no dejaba de bigilarlo, girando la cabeza un cuarto de vuelta para poder conseguirlo. Los ojos de él lo traicionaban, no odia apartarlos del paisaje que gratuitamente se le concedía, al tiempo que las escaleras les iban transportando a la planta superior. En estas condiciones, ella, cinco escaleras más avanzadas que él, en un momento determinado de la ascensión, coloca el trasero al mismo nivel que los ojos del hombre; un precioso espectáculo contemplado con todo detalle desde la primera fila. Por fin, las escaleras les llevaron a la altura superior, poco antes de salir del tren de peldaños, el, tropezó y estuvo a punto de engancharen la corbata entre dos escalones, ella miro levemente hacia atas y se asusto más si cabe. Una vez repuesto, hubo de acelerar bastante el ritmo del paso, ya que la mujer, atemorizada, parecía que iba a empezar a correr en cualquier momento. ¡Señorita, señora! chillo, no terminaba de fijar las ideas ante la imagen de aquella preciosa mujer. Ella, sofocada, víendose pérdida ya, adopto una pose de defensa con los brazos por delante. ¡Sin verguenza!, ¿Que quiere de mi?, ¡No me haga daño por favor, le date todo lo que llevo! ¡Déjeme en paz!, comenzó a soltar frases sin enlazar. El se paro como a un metro de distancia y, en voz baja, como evitando llamar la atención del resto de usuarios del metro que a aquellas horas andaban por los túneles, susurrando vagamente y entrecortándose dijo: escuche, por favor..., solo quiero decirle que..., que se ha cogido el bajo de la falda con el cint..., bueno y como no lleva ropa interior, yo..., perdone. Buenos das.

                                                                                                             Albero

2ª  parte

Atónita y sonrojada por lo que acababa de oír, hice un leve gesto con los labios, apenas audible solicitando  sus manos, en ese momento deseadas, a pesar de haberlas imaginado sudorosas y desagradables hacía un instante, cuándo minutos antes, veía a un hombre desgarbado y torpe, que no dejaba de observarme con no buenas intenciones imaginaba,  y me giré dándole la espalda para que me ayudara a desenganchar la falda.  Ahora avergonzada veía las risas disimuladas y muecas de las personas que subían esas escaleras detrás de mí. Intentando reponerme del sofoco y articular palabras sinbalbucear le pedí disculpas y agradecí su gentileza. Muy cortés, me dijo que no me preocupara, que ya se había solucionado. Se despidió y se alejó con su cartera colgada al hombro sin volver la vista atrás, aunque ladeaba la cabeza como intentando mirarme por el rabillo del ojo. Le observé parada allí, inmóvil  hasta que se perdió entre la gente por el pasillo del metro.
Terminé de componerme y seguí mi camino hacía la oficina con paso firme y rápido. Se estaba haciendo tarde y era mi primer día de trabajo. No quería ser impuntual. Subí el tramo de escaleras que quedaba hasta salir a la calle pensando en aquel hombre de cara contraída y manos frías. Sonreí mientras me miraba la punta de los zapatos para ver si estaban bien limpios. Miré el reloj, sujete el bolso colgado en mi hombro con la mano y aceleré el paso.
Una vez en la calle eché una ojeada a la nota  para saber hacia dónde debía dirigirme exactamente y apretando el paso seguí calle abajo. Había quedado para desayunar en una cafetería cercana a la oficina con Javier, un conocido que me había recomendado en el trabajo y que seguramente ya me esperaba, al menos eso quería pensar.
Sin dejar de caminar abrí mi bolso buscando un cigarrillo, recordaba al hombre desgarbado y torpe de la cartera, lo desconcertado que anduvo mientras intentaba darme alcance y pensaba en la mezcla de excitación y vergüenza ajena que debió sentir cuando me seguía y veía la exposición de mi cuerpo en mi contoneo al moverme sin ropa interior.
Entré en la cafetería, apenas con un par de personas que tomaban café, me senté en la barra después de saludar a Javier que me esperaba y me devolvió el saludo sin demasiado entusiasmo y pedí un café con leche. Estaba serio. Él me había dado la nota con las direcciones para llegar hasta allí. Me esperaría en la cafetería. Estaba tan seguro de si mismo. Y sin embargo… Extendió su brazo y me pasó un sobre abultado y, aunque molesto reconoció mi coraje. Lo cogí y ya a carcajadas le conté todo lo sucedido con aquel pobre hombre que pensó que yo era una  indefensa y asustada muchacha que en un despiste, por las prisas se enganchó la falda. Nunca habría pensado que la ruborizada mujer de cara dulce, por dentro, estaba satisfecha de su actuación. Había ganado la apuesta.

                                                                                                                          Nive

(2006)

Dos personas jugando con las palabras.

#CompartidaHistoria

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