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A una persona dormida

No lograrás que ciega sea tu frente:
en tus cerrados ojos persistente
será el mundo que has visto; sus reflejos
serán los dibujados azulejos
de trémula memoria que has guardado:
escalinatas blancas, un pescado,
un león que tiene cara de señor.
Todo es mentira y todo es cierto ahora:
podrás ser criminal o ser cantor,
la tarde infiel, la pacificadora
costa donde el océano comienza,
de un grabado las palmas y una trenza,
la bofetada, el lívido estileto,
el principio falaz de algún soneto.
¡Ah! si tuviera el sueño un argumento
como el de la vigilia, largo; un cuento
diverso de la vida, otros amores,
otros antepasados, y en colores
ultravioletas vistos por palomas
otros jardines, piedras con aromas.
Si los sueños atónitos pudiesen
buscarse unos a otros, si se viesen…
para seguir tu sueño tan fraterno
sin asombro yo iría hasta el infierno.
Cruzaría las cárceles oscuras
de Piranesi o Kafka, las torturas
con certeza de sombra, con paciencia,
y en deslumbrados tiempos de clemencia,
como Polícrates no arrojaría
mi anillo—toda dicha guardaría
en inmóvil postura de diseño,
para llevar mi sueño hasta tu sueño.
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