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TU REQUIEM

Hoy las calles y pasquines hablan de promos y viajes en cómodas cuotas. Esas olas de cucarachas que se arraciman en las urbes no distinguen el robo de la dádiva. Arcángeles poco calificados anuncian el arribo de tormentas de miedo y yo, seguiré mordisqueando huesos. Tengo la mirada carbónica que hace pie en las almas que purgan su destino de fuego en mi Gomorra del alma. Tal vez la esperanza sea un rancho de chapa en el que se escuchan gritos por la noche. La realidad irrumpe cruzando puertas y puertas. Los fantasmas me persiguen conduciendo una ambulancia y mis zapatos de plomo le van pidiendo más tiempo al reloj. – Tranquilo– me digo, las sandías se acomodan a medida que el carro avanza. Otra mañana que me da una bofetada freezada y mi miembro redentor pide a gritos ir al baño. Volvemos a la muerte... volvemos a sembrar ilusiones sobre el asfalto. Los caranchos sobre vuelan mis ideas y la liturgia marca el sendero del lobo. Mujeres en vinilo con sus amores fluorescentes, acéfalos y retorcidos riegan sus hedores llamándome. Yo prefiero revolcarme en mi chiquero y llamarlo “mi guarida”, que es un agujero, más bien una trinchera que cavé hace siglos. Hoy descanso con un ojo abierto, mientras me cubro con una manta corta, más no descanso bien si tengo el USB conectado a mi cabeza y en falso contacto. En un pedazo de papel tengo anotado un número, el de “Pupé Delacroix”, terminado en 666. Debo llamarla, en mi estado de ebriedad aún recuerdo su perfume. Me voy a apurar antes que algún otro cocodrilo asome la cabeza.

Los brazos del que avanza grávido se juntaron en el norte, y el atuendo de Pupé dijo presente en mis anhelos. Ella vestía un perramo con faltas de ortografía y nada debajo del mismo. No sólo los apaches se pintarrajean para la guerra. “Pupé Delacroix”; su nombre es un globo aerostático con carteles lumínicos en mi mente. Se desliza taconeando sobre un campo de sensualidad en el blanco mármol del suelo. El viento hace reverencias con el cortinado de la sala. Una botella de champagne de dudoso costo descansa en una hielera improvisada. Ella se acerca a mí con felinos ademanes y extiende su pierna perfecta, colocando su zapato en mi regazo. La acaricio con un hielo que suelta dos líneas de agua. Una de ellas se perdió detrás de su rodilla, y la otra corre mansa hasta a sus pies. Le quito su tacón y veo que sus uñas engalanadas de rojo carmín. El cuadro de seducción le afecta hasta el hielo enardecido, que apura sus torrentes, mientras yo comienzo a succionarle los dedos. Ella me quita el sombrero y lo arroja sobre un sofá forrado en satén. Revuelve mi cabellera y mis movimientos se vuelven más inconexos. Ella se acerca a mi rostro y sopla suavemente en mi oído.
–¡DESPIERTA, ALDO!– Me dice un bocinazo que me exorciza del sueño. Las calles siguen ardiendo como mi entrepierna. Pupé Delacroix  se fue por el alcantarillado con mis ganas. Suben los vapores y la moneda extrajera. Yo debo seguir de guardia. Soy un vigilante silencioso y tácito de una metrópoli sobre poblada, donde no hay lugar para errores, no hay lugar para sentir el latir del pecho. Un sujeto común dice que todo cambia, y mientras más personas repiten esa frase, más cercanos estamos a la momificación de nuestras almas. No, no hay lugar para los errores, no hay lugar para volar entre las palomas negras de mi ciudad. Quizá sea hora de quitarme la máscara y dejarme llevar por estas olas de carne y olvidar de las cosas que soy capaz.

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