(2011)
#EscritoresChilenos
Un ángel de luz despiadada desde la noche vendrá, un ángel de clara lectura se abrirá ante tus ojos, y nada podrán tus lobos
Cuando vuelva a casa Madre me abrirá la puerta, y quedará frente a mí como una estatua viviente. ¿Qué le diré a Madre
A veces, de repente, morirme sin despedirme, a secas, cerrar la puerta de un portazo, o lenta, lentísimamemente, mirándolos de frente, desafiante,
Cólera de amar, apodera mi instrumento creativo uniendo o disgregando, creando o destruyendo, en la ansiedad de la muerte
Acaso la poesía aquellas habitaciones donde el dolido infante su exilio de cada día. Aquellos cuartos lóbregos
Días de denodado silencio, días de mudez perpetua sumergido en un obscuro pozo de aguas inmisericordes, rodeado de muertas campanas.
No te escribiré, poema, hasta que me prometas que defenderás a brazo partido mi nombre agredido
Déjame tocar tu piel y quemarme, déjame acariciar tu cuerpo con mi mirada de varón en celo trepando las gradas de la fiebre, consumido en tus besos de piedra.
Aniquilamientos y desórdenes en la acerba conjuración de secretas fuerzas urdiendo su enemiga estrategia nocturna en el tránsito invisible
Mientras mis soldados de plomo asedien tu torre inexpugnable, y ya no levanten el sitio así pasen cientos de inviernos, o tú misma ante mí de rodillas,
El día abierto de par en par, arrojando su luminosidad de novia intacta centelleante, de doncella cada día en flor, cada día iluminándome
Su nombre pétalos rotos que ni la voz ni la tinta. Del tiempo, como mis días, y también sus pasos, como si luz ofuscada
Tú el amor, esposa, tú la habitación terrestre,– el ot… Tú la morada, el leño, el fuego y su crepitar, el humo y sus volutas,
Lo que salga de tu corazón, y a tu corazón regrese, y anide allí hasta la muerte con su incontenible irradiación… Lo que habite el engranaje motriz
Lo mismo me devuelva el vino que dejé allí, olvidado, cuando alguna vez mis pasos en ella se detuvieron, en ella, tarde, se buscaron