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"Abrigaba horas de luto..."

Abrigaba horas de luto clavadas por todo el cuerpo
los espectros de la ausencia pintados en los labios agrios
y las manos enfermas de carencias.
 
Todo el esmalte de obsidiana con que yo lo había imaginado en las novelas que no escribiré nunca
y se le transparentaban los lirios más oscuros
místicos y ocultos y con pétalos muy ásperos.
 
Pero anduvimos buscándonos por las calles de las mismas noches
y así fue que vino a ser mi príncipe de las tinieblas,
yo temblando de impaciencia bajo los colmillos de agonía
para lloverle en sangre fresca y aplacar mórbidas hambres.
 
Ahora tengo la boca destrozada.
Aspiro despacio la tiniebla.
Y él canta desnudo y frío para el plenilunio vidriado de septiembre.
Nunca el luto fue tan blanco en su casa ingobernable.
Una horizontal vivencia de martirios detrás del lánguido aliento,
tal como Aleister camina en ráfagas lívidas
 
hacia nuestra oscura amanecida.

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