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Fuga atemporal

(Inspirado en el filme "En la ciudad blanca" de 1983 del director Alain Tanner)

Hay una inmensa nostalgia en Lisboa. La ciudad del fado es como una amante que te incita a descubrir sus secretos prohibidos, a entender el  lenguaje que se desprende del fuego, de la blancura de una habitación de hotel, de la soledad y la calma. Supe que era el momento de renunciar al mar cuando caí en la tentación de amarrarme a la piel aquel reloj de pared del bar con sus manecillas quebradas a la inversa con la invitación a huir de la vida habitual, a descender a los infiernos y reinventar el mundo sin el vértigo cotidiano de ceremonias.
En la ciudad blanca se puede vislumbrar en una mirada, en un gemido o en una humedad la pureza perdida y la Arcadia llega a respirar entre cuatro paredes, pero ha de resbalar  porque las mujeres son demasiado hermosas y sus cuerpos demasiado extensos, y porque la vida es un cordel fino de instantes sin tiempo que fornican con nuestra mente, flashes de cámara que si tenemos suerte han de dilatar nuestras pupilas cuando tanta oscuridad nos impida ver. La memoria y el olvido tienen un mismo origen: la búsqueda incesante de la felicidad y la huida de la soledad. Así nos difuminamos entre ciudades y personas, saboreando culturas y el hambre no cesa hasta que descubrimos que hay una tristeza que nunca se borrará, hasta que nos acostumbremos a nadar en la incertidumbre, a la desilusión de no saber más que antes y tener que volver a comenzar. La buena noticia es que la sencillez es un bálsamo atemporal y como bien dicen que si no puedes escribir poesía entonces puedes ser el poema. En este viaje circular podemos ser eternos extranjeros o abrazar la patria que tenemos. En la ciudad blanca encontrarnos a nosotros mismos debería ser siempre nuestra obligación”... la búsqueda no cesa.

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