Cuán extraña sensación esta,
la de sentirse latidos de menos en el pecho,
cual si me faltara por momentos la sangre para
salvarme,
las nubes y el amor para seguir el ritmo del tambor
que late.
Se aclimata la oscuridad en el recuerdo de tus olas,
Y desanda mis venas, como dueña de mis espacios
y mis hiedras.
Se fue este latido esquivo tras el único rastro
de esperanza?
O se perdió el sentido al ensancharse tanto el corazón
Y no encontrar sino sitio para nada?
Aquilato esta terrible ausencia, este vacío,
Mas no les entiendo, en tanto el espacio que se
siente como hueco
En este latir de menos, te supera en tamaño cúbico
y en fuerza.
Se suman los siglos con el viento,
Los años con tu nombre,
Y se me restan los sueños con la sequía,
Los labios con tu distancia.
Ya yo ni sé de qué se alimenta esta centella,
De cuál savia se nutren la luz que aún brilla en
mis ojos,
Los versos que se conocen tus letras,
Las manos temblorosas que buscan limpiarse
con tus aguas.
Este pecho parece haberse quedado sin empleo,
Se quita su lápida, ya escrita, de encima,
Como quien saca su rostro detrás de la almohada,
Y se dispone a abrirse en dos para enseñar
su disonancia,
Su arritmia, su aleteo atemporal y su fe innata.
Tú eres, en ese mismo instante ya,
Una gaviota que despega en vuelo inesperado,
Y te llevas, entre tus alas, sin saberlo,
Este latido que me falta.