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Confinamiento I

Estar aquí, durante tanto tiempo, me ha hecho recordar: la casa siente, vive, resiste.
Incluso me ha dejado a lo largo de los días rasguños, huecos.
Me muestra mis inseguridades sin miramientos y yo le contesto, loca, hirviendo.
Está jugando conmigo.

Hoy por fin se dignó. Después de dos semanas, hoy me mostró a tu fantasma descarnado. Le hice frente, justo como lo esperaba la casa. Le dije que ya no debía estar por aquí, que aunque no lo quisiera me hacía un profundo y retorcido daño.
No me hizo caso.

Se dio la vuelta y entró en mi habitación. Hurgó en mis cajones, yo le gritaba. Los tiró todos. Incluso sacó a la luz aquella foto en la que tú te ves tan tú. Me senté en un rincón, desquiciada.

Siguió por mi cama, revoloteando sobre amores fugaces, inolvidables lugares y estos cambios. Su expresión se componía de vacío, y aún así yo le gritaba, le lloraba que no, que ya había sido suficiente.

Y siguió sin importarle. Realmente no pude más cuando se sentó en mi viejo escritorio y sonriente se puso a escribir, como antes, una larga carta; mi garganta se cerró llena de tus futuros. Acudí a mis temores asomándome por encima de su hombro derecho.

Apesumbrada ahora, con los ojos color sol, golpeé su pecho en vano; se desvaneció tras el humo del jazmín y lo maldije hasta el cansancio.

La cicatriz se abrió de tajo.
¿Fue ayer mismo que la sangre había salido a borbotones de mí?
No pude decirle, decirte, nada más.
Se quedó el silencio.
Y la casa se rió, se rió bastante.
Y yo no supe por qué me hizo eso.

Otras obras de Ana Karen Rodarte Sánchez...



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