La mujer de la mirada lila,
se escondía detrás de los visillos cárdenos
desde donde veía pasar a las gentes malvas
y se recreaba en los árboles violáceos.
En la cocina, todo parecía remolacha
y en el desayuno creía tomar mermelada de mora.
Pero la mujer de la mirada lila
decidió hoy no volver a sus visillos cárdenos,
ni espiar a las gentes malvas,
ni rodearse de remolachas o mermeladas de mora.
Fue justo el día
en que decidió no esperar nunca más
a quien dibujaba,
cada noche,
sus ojos de lila
y su cuerpo de violeta.
La mujer de la mirada lila
escapó a la calle,
y en su huida encontró árboles verdes,
cielos azules,
labios rojos,
y unos rayos de sol, que eran amarillos.
Luego descubrió que a su alrededor habían sienas y ocres,
y que existían los tonos naranjas.
Todo ello le emocionaba
aún disimulada
tras su rímel negro,
que ocultaba
—por última vez—
su mirada lila.