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La caverna

El infierno es ella.

Cuando leí el mito de la caverna de Platón, siempre me cuestione dos preguntas, tal vez ingenuas, pero auténticas ¿Qué era ese lugar en el que se impartía semejante tortura? y ¿Cómo llegaron esos pobres hombres a estar atrapados en tan vil ilusión? La vida, a golpes, como usualmente lo hace, me develó las simples respuestas a estas grandes preguntas.

Estos hombres soñadores, viendo sombras e imaginando un nuevo mundo que nunca llegó, eran víctimas del peor de los males, eran víctimas de sí mismos ¿quién más pudo construir la caverna que  quienes soñaban en ella? Tanta fe en un nuevo mundo, ciega y hambrienta, lo único que trae es destrucción  al mundo existente, ellos sabían que las sombras no eran reales, pero tanta admiración y deseo les nublaba el juicio, entre más tiempo pasaban en aquella cueva más alto era el precio a pagar para poder salir de ella, eventualmente, el amor ciego que consumía el alma de los hombres dentro de la caverna, se transformó en el odio que los consumía al intentar salir; la única verdadera salida, la única luz, la única libertad, lo otro, es la indiferencia.

La ira, la ansiedad, la depresión, las lágrimas, el miedo, las pastillas, los tics, la angustia, el abandono, todo lo diluye la luz de la libertad, pero la amistad, el amor, el tiempo y la verdad, también son diluidos en el proceso de lucha por la misma; de la caverna a la luz es un largo camino, pero a al fin y al cabo, la libertad nunca tuvo precio.

Sí, existe un nuevo mundo, pero no es aquel que se añoraba en la caverna, es el que se construye con los restos de lo que queda afuera, con  los restos que aquellos hombres pudieron rescatar del fraude y el egoísmo.
(junio, 2020).

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