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Sobre “El cuervo” de Edgar Allan Poe.

Sobre “El cuervo” de Edgar Allan Poe.
Cuando lo leí la primera vez no comprendí la desesperación del narrador; esa gran falta, la ruptura absoluta en la comunicación que impedía cualquier campo simbólico con el Otro, con el cuervo.

Un miedo cautivador, oscilante entre amenaza y seducción, una nada casi algo.
Un augurio totalizador, lleno de esperanza.

Entre suplicios y promesas avanza el texto, y más profundo se torna el camino de la desesperación; la ambiguedad ciega, pero también deja claro lo más importante, lo único importante.

Entre los escalones de las letras emerge lo inevitable, los crujidos de las frías paredes anuncian el desenlace.

El incensante trepidar hace que se me quiebre la voz, no hay lenguaje que pueda articular esta verdad; no quiero escuchar lo que debo escuchar, no quiero hacer lo que tengo que hacer. Pero ya hace meses que escribí: “todo lo diluye la luz de la libertad”

Los sollozos y suplicios cesan. Se vuelve insignificante todo(s) lo demás, ha llegado la promesa: “Nunca más” dijo el cuervo.

Todavía me acuerdo el día que le perdí el miedo al miedo. Ese día durante cada momento (e incluso hoy) se imponía en mi mente esa vaga frase que el cuervo me dijo en mi pre adolescencia y que tantos años atrás me había interpelado: Andrés, nunca más.

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